martes, 29 de diciembre de 2015







INTRODUCCIÓN

En el ámbito del ejercicio de la administración pública además de la relevancia de manejar nociones elementales en torno a la teoría organizativa, las finanzas públicas, el gobierno y las políticas públicas y teoría del Estado (fundamentalmente, priorizando el área de diseño institucional) es imperativo dominar los tópicos de mayor utilidad en el plano jurídico-constitucional y legal para así aproximarnos al universo de derechos, deberes y obligaciones que deben ponerse de manifiesto en cada una de las fases y espacios constitutivos de la función pública y sus implicancias. 

miércoles, 16 de diciembre de 2015



Breve entrevista que me hizo el gran amigo y periodista Andrés Segovia Moreno (ULA-NURR) en torno al posible escenario político que, prospectivamente, se avizora para el año 2016, con motivo a la victoria obtenida por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) de las dos terceras partes de la Asamblea Nacional.

sábado, 12 de diciembre de 2015




(Fotografía de la Iglesia "San Juan Bautista" de la ciudad de Valera, estado Trujillo) 

Rohmer Samuel Rivera Moreno
            De antemano, resulta valioso y fundamental conceptualizar al desarrollo local como un proceso que implica prácticas institucionales participativas que, sustentadas en las fortalezas, limitaciones y oportunidades de un determinado territorio (en función de unos recursos naturales, socioculturales, económicos, tecnológicos y demás), está orientado al mejoramiento sustancial y significativo de las condiciones cualitativas de vida de los actores sociales, puesta diáfanamente de relieve en la posibilidad de adquirir mayores ingresos económicos y recursos valiosos que contribuyan a que cada individuo, en tanto agente social, se desarrolle y afiance plenamente como un ser actuante y pensante con capacidad de transformación de su entorno social circundante.

            Es decir, implica en sí un constructo o una categoría sustentada en la multidimensionalidad, la complejidad y la integralidad de un fenómeno y un proceso sociales que se condensan en un cúmulo de relaciones intersubjetivas enfáticas en la ampliación de un abanico de “condiciones vitales” (Dahrendorf, 1983), en términos de sustentabilidad/sostenibilidad, libertad y equidad.

            Por tal motivo, es pertinente abordar la categoría de desarrollo despojándola de su matiz economicista (centrada exclusivamente en indicadores asociados al crecimiento económico: tasa de producto interno bruto, la renta per cápita y el ingreso nacional) y, naturalmente, poniendo hincapié en todos aquellos aspectos y rasgos simbólico-socioculturales que ejercen influjo en los niveles de calidad de vida de los actores sociales que se hallan inmersos en un determinado territorio. Tal afirmación se deriva de las concepciones emergentes que dilucidan a los procesos de desarrollo como una conjunción de elementos económicos, ecológicos, políticos y culturales interdependientes e interrelacionados cuya ratio versa en la satisfacción de las necesidades elementales de las presentes generaciones sin perjudicar la posibilidad de satisfacer, efectivamente, las necesidades tanto individuales como colectivas de las generaciones futuras (desarrollo humano sustentable).


viernes, 4 de diciembre de 2015




Rohmer Samuel Rivera Moreno 

A manera de exordio es menester y pertinente sostener que la ciencia política actual debe basarse y fundamentarse sobremanera en investigaciones de carácter empírico provenientes de la psicología política, la sociología electoral y los estudios de opinión pública, para así determinar y comprender con rigurosidad el conjunto de cambios que, incesante e inacabadamente, experimenta la cultura política venezolana en cuanto a los valores (como elemento axiológico) que definen, caracterizan y condicionan las inclinaciones o preferencias políticas de los distintos estratos socioeconómicos, sobre todo las concernientes a los sectores populares, en los procesos electorales.

En este sentido, el abordaje y análisis sistemático y exhaustivo, bajo parámetros politológicos y psico-sociológicos, en torno al conjunto de concepciones, valoraciones y modos de asumir la política y lo político por parte de los ciudadanos, en base a la posición económica que éstos ocupan en la estructura social, constituye un aporte valiosísimo y fructífero para comprender y dilucidar con mayor exhaustividad las relaciones, fenómenos y procesos político-electorales que puedan suscitarse en un espacio y tiempo determinados (ya sea nacional, local o regional).

Debido a la coyuntura política venezolana actual, en la cual frecuentan los procesos electorales (como modo de legitimación del liderazgo mesiánico popular acentuado por Hugo Chávez, en términos del profesor Ramos Jiménez, 2009) es perentorio conocer y precisar -por denotarlo de algún modo- cuáles son los valores y los principios con que se sienten identificados los estratos socioeconómicos más preponderantes en la sociedad venezolana, al momento de respaldar a ciertas candidaturas u opciones políticas con posibilidades reales de triunfo en el país –fundamentalmente, definidas por el chavismo (“Gran Polo Patriótico”) y la “Mesa de la Unidad Democrática” (MUD)-.

jueves, 3 de diciembre de 2015



Rohmer Samuel Rivera Moreno
Es oportuno asumir y destacar de antemano que los diversos procesos, dinámicas y fenómenos de carácter e implicaciones geopolíticas en el mundo actual no han sido configurados unilateralmente por el Estado como estructura/realidad política –aún cuando éste en el ámbito de las relaciones internacionales siga  jugando un papel preponderante en tanto principal actor- sino que en estos, también han incidido significativamente una multiplicidad de actores que han emergido progresivamente en el escenario internacional contemporáneo (p.ej: ONG`s, empresas multi y transnacionales, bloques geoeconómicos, etc.) cuya peculiaridad estriba en su elevada capacidad de ejercer cierto influjo en la toma de decisiones y el establecimiento de la agenda global, tal como lo señala el enfoque de la interdependencia de Joseph Nye y Robert Keohane (Padilla, 1992). 
Por tal motivo, cabe señalar que los antiguos parámetros y criterios empleados para dilucidar los diversos aspectos del Estado-nación actualmente se conciben desfasados y anacrónicos para abordar una problemática que se ha caracterizado por presentar un dinamismo cada vez más vertiginoso, dado los numerosos avances científico-tecnológicos, e influenciado por el fenómeno/proceso de globalización en sus diversas facetas, que específicamente remite ineludiblemente a la crisis del Estado nacional y que, debido al desdibujamiento entre la política interna y la política externa, provoca el cuestionamiento del concepto de soberanía que ciertamente reducía la función del Estado al control pleno y total de su extensión territorial (autodeterminación interna). Respecto a ello, es menester destacar que tal pretensión es errática en el sentido que la lógica globalizadora (en cualquiera de sus manifestaciones) se define en función de la emergencia de un “mundo sin fronteras” (Levy Carciente et al, 2000; Andara, 1998).  



Rohmer Samuel Rivera Moreno

Los múltiples cambios en los cuales se ha visto inmerso el mundo contemporáneo, sobre todo, en el ámbito de la política internacional y las relaciones internacionales han puesto de relieve que los viejos esquemas tradicionalistas de la disciplina de las Relaciones Internacionales se muestran cada vez más insuficientes e inidóneos para abordar los nuevos procesos, problemas y estructuras que definen tanto a la Sociedad Internacional como al Sistema Internacional del presente, los cuales empezaron a gestarse a partir de la década de los 70 del siglo XX como resultado de los efectos de la globalización económica-financiera y de las telecomunicaciones, así como también, por la emergencia de nuevos actores en el escenario internacional[1].

En sí, dicha emergencia de nuevos actores internacionales está intrínsecamente vinculada con la incorporación de nuevos temas y problemas en el escenario internacional[2], que han sido meritorios de negociaciones y acuerdos a través de bloques geopolíticos y geoeconómicos entre los Estados y demás actores, con el objeto de disminuir en cierta medida la importancia de lo militar -aún predominante, especialmente, en las principales potencias mundiales- como medio para alcanzar los fines relativos al interés de los Estados, influenciados por un contexto en el que prevalecía un sistema bipolar flexible[3] resultante de la distensión de la “Guerra Fría”.

Aunado a ello, en la década de los 70 se pone de manifiesto cierto declive de la hegemonía estadounidense en el Sistema Internacional[4], generando un notorio auge de los planteamientos neoliberales cuyo objetivo versaba en la consolidación del sistema capitalista global mediante la revalorización de instituciones del Sistema Bretton-Woods (que estaban sumidas en una situación de crisis), como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que grosso modo representó y constituyó un plan de EEUU para ampliar sus fronteras económicas a escala planetaria, inclusive valiéndose de la instauración de regímenes dictatoriales en regiones específicas[5]. Por tal motivo, la Teoría de la Interdependencia Compleja de Keohane y Nye surge como una postura globalista[6] y apologista -si se quiere- a los planteamientos neoliberales en el campo de la política internacional, respaldando los mecanismos de “libremercado” y “Estado mínimo” como garantes necesarios para el desarrollo socioeconómico de las naciones, conjuntamente bajo la influencia de otros aspectos como la ausencia de jerarquía en los temas de la agenda, la ausencia de predominio de los asuntos de carácter militar y el fuerte influjo ejercido por actores no estatales (transnacionales) en las decisiones políticas tomadas por los Estados[7].

Por otra parte, la Teoría Neo-realista de Waltz plantea readaptar los esquemas estadocéntricos del enfoque realista con las nuevas realidades manifiestas como consecuencia de la distensión de la “Guerra Fría” a través de los procesos de diálogo, cooperación y negociación que sostuvieron los EEUU y la URSS para atenuar la intensidad de sus enfrentamientos, que en los 60 alcanzaron su punto más álgido, poniéndose patente así que dichos procesos son la solución más viable a los conflictos internacionales. Como referentes históricos fundamentales pueden destacarse: la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (1973-1975), la incorporación de China como miembro pleno de las Naciones Unidas y el Sistema Internacional (1971), la Conferencia de París para la paz en Vietnam (1973) y los procesos de control de armamento nuclear mediante los tratados SALT I y SALT II (1972-1979)  con los que se expresó la política detente de EEUU con la URSS, propuesta por Henry Kissinger.   

Finalmente, el surgimiento de la Teoría de la Dependencia se debe a la necesidad de enfatizar en las peculiaridades socioeconómicas y culturales de los países subdesarrollados, especialmente los latinoamericanos, en el sistema capitalista global como contraposición a las tesis y políticas neoliberales avaladas por los EEUU para revertir la situación de aparente declive que éste mostraba en el Sistema Internacional y afianzar su hegemonía económico-política mundial. Por esto, los teóricos de la dependencia plantearon la inviabilidad de los países del Tercer Mundo en alcanzar un desarrollo pleno mientras siga imperando un modo de producción ampliamente desigual como el capitalista, en el que los países de la Periferia debían seguir la lógica de productores de materias primas explotables  por los países del Centro sin ninguna estructura industrial sólida.


NOTAS:
[1] A pesar de manifestarse tal tendencia, el Estado siguió prevaleciendo como el principal actor internacional, algo que no negarán u objetarán los nuevos esquemas de las Relaciones Internacionales Contemporáneas. Destáquese el surgimiento del “tercer debate” o “debate interparadigmático” (neorrealismo/neoliberalismo/estructuralismo marxista) en la década de los 70 como producto “de la distensión, la crisis del sistema de Bretton-Woods, la crisis del petróleo y el aparente declive de la hegemonía estadounidense en el sistema internacional”. Mónica Salomón González.  La teoría de las Relaciones Internacionales en los albores del siglo XXI: diálogo, disidencia, aproximaciones. Revista Cidob D'Afers Internacionals, 56, diciembre 2001-enero 2002. p.4.
[2] Entre los problemas que empezaron a repercutir en la agenda política en el escenario internacional se destacan: la polución ambiental, el cambio climático, el pauperismo social, la explosión demográfica, la democratización, la garantía de los DDHH, la hambruna y las crisis alimentarias, el armamentismo, entre otros.
[3] De acuerdo con Kaplan, lo  que caracterizó a este sistema internacional sui generis fue “la existencia de bloques dirigidos estos por un actor nacional así como por la existencia de actores nacionales no integrados en los bloques (los “no alineados”) y por la presencia de un actor supranacional universal que trata de jugar un papel atenuador (Naciones Unidas)”. Luis Alberto Padilla. Teoría de las Relaciones Internacionales. La Investigación sobre el Conflicto y la Paz. Guatemala: IRIPAZ, 1992. p.142.
[4] Un claro y oportuno hecho que propició tal tendencia decadente-por denotarlo de algún modo- fue  la derrota de EEUU en la guerra de Vietnam. Asimismo es conveniente destacar la tendencia enervante experimentada por las principales potencias europeas tras los procesos de descolonización en el África.
[5] En América Latina, el referente histórico más emblemático se presentó en Chile en 1973 con el derrocamiento del gobierno socialista de Allende, por parte de Pinochet, en el que Milton y Rose Friedman junto los “Chicago Boys” manejaron la economía chilena bajo los preceptos universalistas del neoliberalismo.
[6] Por “globalista”, bajo la perspectiva de la Sociología Crítico-Reflexiva puede definirse a aquella tendencia “según la cual el mercado desaloja o sustituye al quehacer político;  es decir, la ideología del dominio del mercado mundial o (…) del liberalismo (…)”, que, asimismo, implica la reducción del carácter pluridimensional de la globalización a la dimensión económica. Ulrich Beck. ¿Qué es la Globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización. Barcelona (España): Editorial Paidós, 1998. p. 27
[7] Cfr.  Frederic Pearson y J. M Rochester. Relaciones Internacionales. Situación global en el siglo XXI. Bogotá: Mc Graw Hill, 2000. p. 21-22. También véase Luis Alberto Padilla. Op. Cit., pp. 165-169

viernes, 27 de noviembre de 2015

          A manera de exordio es menester y pertinente destacar la relevancia de un régimen político de carácter democrático consolidado para generar las condiciones que se requieren para contribuir y fomentar -por decirlo de algún modo- el desarrollo integral sustentable (político, social, económico y ecológico) actualmente en nuestro país, puesto a que "el desarrollo constituye un proceso inevitablemente condicionado por el entorno político" (Gabaldón, 2006: 183).
En este sentido, la democracia puede ser concebida como la forma de gobierno más proba e idónea para la consecución del bien común (valor supremo de la política y lo político); y por tanto impulsora de un desarrollo integral en los tiempos actuales, pero para ello es necesario tomar en consideración la existencia de diversas problemáticas sociales, políticas, económicas y ecológicas caracterizadas, fundamentalmente, por la incertidumbre, la incerteza y la constante transitoriedad- de acuerdo a la tesis de la sociedad del riesgo de Ulrich Beck-, por lo cual es menester repensar y replantear la democracia, debido a que la misma se ha visto afectada negativamente por el surgimiento de diversos factores y actores, tales como: los problemas ambientales, el aumento de las desigualdades sociales, la criminalidad, el subempleo, el fenómeno de la economía informal, las legislaciones incoherentes, los liderazgos populistas y neo-populistas de carácter autoritario (caracterizados por la exacerbada personalización del poder político), entre otros que han provocado el debilitamiento del Estado y sus instituciones generando como consecuencia la ingobernabilidad política a nivel interno de la sociedad; entendiéndose a la gobernabilidad como una condición imprescindible para los sistemas democráticos de la modernidad. 






KLIKSBERG, Bernardo (2001). El Capital Social. Caracas: UNIMET/Editorial PANAPO, 154 Pp.
           
            Dada la multiplicidad y vertiginosidad de cambios experimentados por las estructuras sociales a escala mundial, como producto del fenómeno/proceso (multifacético y polivalente) de la globalización, tanto los sistemas políticos, económicos y culturales se han visto notoriamente afectados y, por ende, configurados por las nuevas cosmovisiones, valores, símbolos, universos y representaciones cognitivas que han ido adquiriendo los individuos en torno al Estado, el Mercado, la Sociedad y otro tipo de entramados institucionales, que a su vez ha generado como consecuencia el surgimiento de formas novedosas de asumir las prácticas tanto individuales como colectivas en relación a lo político y lo socioeconómico fundamentadas en la cooperación, la confianza, la reciprocidad y la asociatividad de éstos como conditio sine qua non para contribuir con el mejoramiento de las instituciones sociales –de diversa índole- y naturalmente con el funcionamiento óptimo de nuestras democracias latinoamericanas.
Por tal motivo, resulta tanto sugerente como acucioso examinar exhaustiva y sistemáticamente las proposiciones teóricas dilucidadas en la obra de “El Capital Social” publicada hace más de una década, bajo el auspicio de la Universidad Metropolitana, por el profesor venezolano Bernardo Kliksberg, quien cuenta con una amplia y destacada trayectoria académica y profesional en prestigiosas universidades del mundo así como también en instancias supranacionales como las Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, el Banco Interamericano de Desarrollo, entre otras tantas, cuyo propósito consiste en el abordaje de una temática aún vigente y pertinente, intrínsecamente vinculada con la viabilidad de proyectos o planes de modernización del Estado, las nuevas formas de participación política (de carácter bottom-up u horizontal), la gestión y el desarrollo sociales y, sobre todo, la atenuación -y gradual erradicación- del pauperismo y las desigualdades colectivas, aún imperantes y definitorias de nuestros entornos sociales latinoamericanos.   
Desde el ámbito de las ciencias sociales contemporáneas (fundamentalmente la Ciencia Política, la Sociología y la Economía), recientemente diversos estudios cuantitativos han determinado que entre mayores niveles de confianza, asociatividad, reciprocidad, cooperación, tolerancia, inclusive de respeto por parte de los actores sociales y políticos hacia las normas de convivencia y los valores de carácter democrático propios del Estado de Derecho, existen mayores posibilidades de que haya un funcionamiento más probo e idóneo en las instituciones políticas en cuanto a la responsividad de manera eficiente de las diversas demandas y exigencias colectivas y, en efecto, con ello coadyuvar con la generación de condiciones óptimas en virtud de las cuales se promueva gradualmente los procesos de modernización y democratización (inescindibles por cierto) a nivel societal en nuestros países.
En sí, entre los aportes pioneros y más significativos en el ámbito del Capital Social es menester destacar el estudio comparativo efectuado por el reputado sociólogo Robert Putnam, en su obra “Para hacer que la democracia funcione” (1994), entre las regiones del Norte y el Sur de Italia, en el que se determinó y concluyó que en el norte italiano (específicamente en Emilia-Romagna y Toscata) existe un mayor funcionamiento de la democracia debido a que las relaciones sociales, políticas y económicas que se ponen de relieve se caracterizan por su horizontalidad y ausencia de jerarquías en los distintos procesos decisorios a escala local, cuyas manifestaciones se ven reflejadas mediante una cultura política y participación cívicas, la solidaridad, la confianza intersubjetiva, la cohesión y la articulación sociales; en contraposición, a la región del sur italiano en el cual existen mayores niveles de desconfianza colectiva así como de apatía e indiferencia hacia la deliberación de los asuntos públicos concernientes con el ideal filosófico-político de “bien común”.
Ahora bien, el profesor Kliksberg en el primer capítulo de la obra se fija como propósito principal el de definir al Capital Social como un paradigma o categoría de análisis orientado a lograr una diferenciación y una ruptura con el pensamiento convencional sobre el desarrollo, imperativamente economicista y universalista que ignora, no responde ni toma en consideración las peculiaridades socioculturales, políticas y económicas de cada país y región.
En este sentido, el autor sugiere que para definir convincente, coherente y consistentemente, desde un punto de vista lógico, al Capital Social es vital y necesario priorizar y destacar cuatro áreas divergentes, pero sumamente relacionadas entre sí: a) el clima de confianza al interior de una sociedad, referido básicamente al modo en el cual la gente percibe y califica a los demás; b) la capacidad de asociatividad, consistente en los diversos mecanismos o procesos institucionales dirigidos a la producción permanente de sinergias, cualquier tipo de formas de cooperación, vínculos en virtud que faciliten la integración, la articulación y el trabajo mancomunado de los diversos sujetos o actores sociales con la finalidad de alcanzar objetivos comunes; c) la conciencia cívica, que comprende las acciones y actitudes que ponen patente los individuos ante aquellos aspectos, bienes o prácticas que se delimitan en función del interés público; y d) los valores éticos, referidos a aquellos componentes o elementos de tipo axiológico por los que deben fundamentarse las acciones y decisiones de los gobernantes, políticos profesionales, empresarios y demás para así fortalecer el tejido social, de modo que haya un mayor compromiso cívico hacia la preservación del orden y la estabilidad sociales, así como objetivos vinculados al crecimiento compartido, la justicia social, la transparencia y “accountability” en el manejo de la gestión pública, etc.
Siguiendo la secuencia de lo elucidado, Bernardo Kliksberg procura presentar un trabajo que cumpla con los cánones y parámetros de rigurosidad, exhaustividad y sistematicidad que demandan las ciencias sociales contemporáneas, por lo cual sus propuestas y construcciones teórico-conceptuales tienen como basamento diversas evidencias empíricas provenientes de determinados estudios estadísticos realizados principalmente en Latinoamérica, cuya ratio  gira entorno a poner de manifiesto que en aquellas sociedades cuyos miembros posean mayor grado asociatividad y disposición de cooperar con los demás, fundamentados en ideales éticos y morales atinentes al “bien común”, pueden generarse indudablemente condiciones de desarrollo compartido y menos desigual, mejores resultados [micro y] macroeconómicos, mejor funcionamiento de las instituciones públicas en aras del robustecimiento de la legitimidad y gobernabilidad democráticas así como una estructura social suficientemente estable.
Por ello, puede plantearse desde una perspectiva politológica que Kliksberg en cada uno de los espacios académicos y jurídico-políticos supranacionales, en los que ha ejercido labores profesionales de asesoría, investigación y docencia, ha sido persistente en afirmar que una alternativa viable para que nuestras sociedades latinoamericanas superen los múltiples obstáculos y vicisitudes políticas y socioeconómicas que han venido presentándose a la largo de nuestra historia (desde la Colonia hasta la conformación de Repúblicas independientes), a través de la formulación e implantación de estrategias, políticas y medidas que permitan la reforma y descentralización del Estado y el consiguiente fortalecimiento tanto de la sociedad civil como de la sociedad política (representada por los partidos políticos por antonomasia) con el propósito de fortalecer y adaptar progresivamente a las democracias latinoamericanas a las ingentes y dinámicas demandas colectivas.  
Asimismo, otro aspecto trascendente digno de destacar de esta valiosísima obra es el rol inobjetable que juega la familia en la estructuración y configuración del Capital Social, dada su condición de principal institución social par excellence y, en consecuencia, de agente primario de socialización en tanto que transmite e inculca un conjunto de valores, normas, creencias y actitudes en los individuos que les permite desarrollar un buen desempeño en el ejercicio de múltiples funciones y roles por medio de los cuales puede garantizarse un funcionamiento acorde de la economía, la política, el derecho y demás facetas existentes de la heterogénea praxis humana o acción social -en términos weberianos-. Así pues, entre mayor sea la articulación existente dentro de la estructura familiar puede originarse una tendencia que incida positivamente sobre el rendimiento educativo de niños y jóvenes, los niveles de producción y productividad  industrial y fundamentalmente en la atenuación de los índices de violencia y criminalidad que acechan la estabilidad social y la gobernabilidad de los sistemas democráticos en América Latina.   
Por otra parte, Kliksberg también pone énfasis en la relación existente entre el Capital Social y la esperanza de vida en una sociedad determinada, aduciendo y denotando que entre mayores niveles de confianza existan entre los actores sociales, mayores serán los niveles de esperanza de vida en la población de la que forman parte e integran y; en caso contrario, se percibirá un descenso en los niveles de esta última.
En definitiva, este capítulo –el de mayor relevancia de la obra, a juicio de mi subjetividad, por lo que proporciona instrumentalmente- llega a las siguientes conclusiones: a) las expresiones genuinas de participación en la “cosa pública” constituyen un elemento imprescindible para la construcción de Capital Social y el afianzamiento del “ownership” reflejado en un interés (o “adueñamiento” valga la expresión) cada vez más pronunciado por parte del ciudadano en las instancias y proyectos de su comunidad o localidad; y b) por último, el Capital Social busca trascender la visión meramente economicista de la “economía ortodoxa”, dándole un justipreciado interés a las políticas sociales destinadas a la erradicación de la pobreza y marginalidad social, a la diminución de la brecha entre ricos y pobres y al fomento de mecanismos de movilidad social ascendente. Es decir, a un Estado, un Mercado, una Sociedad Civil y una Sociedad Política más consecuentes con la aún lamentable realidad socioeconómica de nuestros países, que impide que nuestras democracias funcionen cabal y satisfactoriamente.
Seguidamente, el segundo capítulo sólo se encarga y dedica de dilucidar más detalladamente los principales rasgos precisados en el primer capítulo en torno a la pobreza, la inequidad y la erosión familiar, aún prevalecientes en nuestros países latinoamericanos, como causantes del deterioro de la democracia, el vaciamiento de la política, la fatiga cívica reflejada como antipolítica, es decir, de una “crisis de acción política” en términos generales; del paupérrimo y frustrante rendimiento de los sectores económicos y aparatos productivos de gran parte de nuestros países conjuntamente con políticas macroeconómicas equívocas, anacrónicas y desfasadas (estatización de la economía), el desempeño impotente e insatisfactorio de las organizaciones del “Tercer Sector” o de la “Economía Social y Solidaria” debido a los altos niveles de desconfianza y compromiso cívico (producto, en gran parte, de esa lógica estatista); el aumento en los niveles de deserción escolar, de criminalidad y violencia colectiva que ponen como punto de reflexión, para repensar y replantear, el rol de la familia en el mejoramiento del capital humano y, efectivamente, del Capital Social.
Entretanto, el tercer capítulo se refiere simple y lisamente al ascenso e incremento exponencial del problema de la criminalidad en América Latina como resultado de la desintegración y desarticulación de la institución familiar en la sociedad, los graves déficits en cuanto a capital humano y a capital físico (infraestructuras) en nuestros sistemas educativos, los elevados niveles de desconfianza y de ausencia evidente de reciprocidad entre los sujetos sociales, una ineficiencia e ineficacia cada vez más elevadas de las agencias gubernativas en responder a los problemas y demandas sociales, los ajustes macroeconómicos errados y equívocos por parte de los gobiernos, cuyo único resultado ha sido el aumento en las tasas inflacionarias (cada vez más galopantes), en las tasas de desempleo que no permiten el aprovechamiento más acorde del “bono demográfico” realmente existente en la actualidad en gran parte de América Latina, muy concreta y especialmente en Venezuela, proyectado en una población joven económicamente activa, con la que podría diversificarse la economía e ir reduciéndose la dependencia rentístico-petrolera.
Por otra parte, desde una perspectiva analítica, el cuarto capítulo pretende dejar expuesto con suma claridad que en las sociedades del presente es perentorio que los procesos económicos estén bien fundamentados y caminen a la par con los principios o valores éticos, humanistas y ecologistas, cuya razón de ser deben centrarse en producir o facilitar las condiciones oportunas y óptimas que permitan a los individuos desarrollar una vida plena como seres humanos actuantes y pensantes con capacidad de transformación de su entorno societal en función del respeto a los Derechos Humanos y a un modelo de Desarrollo Sustentable que dé prioridad a la satisfacción de las necesidades del presente sin vulnerar o perjudicar los recursos naturales, meritorios para la satisfacción de las necesidades elementales de las futuras generaciones. Por ello, el Capital Social plantea que lo económico debe deslindarse de los parámetros economicistas convencionales y dogmáticos que “deifican” de alguna manera al Mercado, su respectiva lógica individualista y la individualización del problema de la pobreza, por ejemplo.
En este orden de cosas, Bernardo Kliksberg culmina su obra planteando un conjunto de tesis en el que se argumenta porqué la participación política es el factor de mayor relevancia o, expresado en otros términos, el elemento más neurálgico en cuanto a la construcción y consolidación de Capital Social como alternativa de desarrollo para América Latina, caracterizada y calificada como la región más desigual en el mundo.
A modo de reflexión cabe destacar, bajo la influencia del pensamiento tanto sociológico como politológico, que la generación y el posterior robustecimiento de los lazos de cooperación, confianza y asociatividad entre los actores sociales, en los que se expresa fundamentalmente el Capital Social, es viable única y exclusivamente a través de la superación de las estructuras y prácticas político-clientelares y patrimonialistas que impiden la existencia y el ejercicio de una ciudadanía in stricto sensu; y por ende, que obstaculizan el fortalecimiento de las instancias de la Sociedad Civil así como la democratización de la Sociedad Política (representada por los partidos políticos); con lo cual dicha obstaculización propicia el lamentable estancamiento y decadencia de las democracias latinoamericanas enquistadas por prácticas sociopolíticas definidas por el (neo)populismo, el clientelismo y el patrimonialismo, que a su vez fortalecen los lazos de dependencia entre el Estado y gran parte de los grupos sociales, que para nada contribuyen con la participación política de los sujetos en condiciones de autonomía.
Finalmente, ¿todo esto es suficiente para comprender cabalmente la idea de Capital Social y, más aún, para analizar con más detalle la realidad social venezolana? Yo diría que no. ¡Hay mucha tela que cortar y mucho por leer!
Reseñado por: Rohmer Samuel Rivera Moreno (21/07/2013).
E-mail: rohmersamuelrivera@gmail.com

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Politólogo oriundo de Valera, estado Trujillo (Venezuela). 28 años. Estudiante de la Maestría en Desarrollo Regional (ULA), la Maestría en Ciencias Políticas (ULA) y el Doctorado en Educación (ULA). He sido profesor de: Metodología I (Derecho); Metodología II (Derecho); Investigación Educativa (Educación); Lectoescritura y Metodología del Estudio (Derecho); y Psicología General (Programa de Profesionalización Docente) en la ULA-NURR. Actualmente ejerzo como docente en el área de Sociología, adscrita al Departamento de Ciencias Sociales en el mencionado Núcleo de la Universidad de Los Andes. En este espacio espero compartir contenidos de relevancia, pertinencia e interés para los usuarios de las diversas plataformas inherentes a la web 2.0. Auguro nuestra interacción resulte gratificante, fructífera y provechosa. En definitiva, si deseas conocerme, entonces conóceme por lo que escribo. Mucho gusto... ¡Bienvenidos!

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