viernes, 4 de diciembre de 2015




Rohmer Samuel Rivera Moreno 

A manera de exordio es menester y pertinente sostener que la ciencia política actual debe basarse y fundamentarse sobremanera en investigaciones de carácter empírico provenientes de la psicología política, la sociología electoral y los estudios de opinión pública, para así determinar y comprender con rigurosidad el conjunto de cambios que, incesante e inacabadamente, experimenta la cultura política venezolana en cuanto a los valores (como elemento axiológico) que definen, caracterizan y condicionan las inclinaciones o preferencias políticas de los distintos estratos socioeconómicos, sobre todo las concernientes a los sectores populares, en los procesos electorales.

En este sentido, el abordaje y análisis sistemático y exhaustivo, bajo parámetros politológicos y psico-sociológicos, en torno al conjunto de concepciones, valoraciones y modos de asumir la política y lo político por parte de los ciudadanos, en base a la posición económica que éstos ocupan en la estructura social, constituye un aporte valiosísimo y fructífero para comprender y dilucidar con mayor exhaustividad las relaciones, fenómenos y procesos político-electorales que puedan suscitarse en un espacio y tiempo determinados (ya sea nacional, local o regional).

Debido a la coyuntura política venezolana actual, en la cual frecuentan los procesos electorales (como modo de legitimación del liderazgo mesiánico popular acentuado por Hugo Chávez, en términos del profesor Ramos Jiménez, 2009) es perentorio conocer y precisar -por denotarlo de algún modo- cuáles son los valores y los principios con que se sienten identificados los estratos socioeconómicos más preponderantes en la sociedad venezolana, al momento de respaldar a ciertas candidaturas u opciones políticas con posibilidades reales de triunfo en el país –fundamentalmente, definidas por el chavismo (“Gran Polo Patriótico”) y la “Mesa de la Unidad Democrática” (MUD)-.

Por ello, el énfasis y la priorización sobre los elementos axiológicos o valorativos que se ponen de manifiesto en los procesos electorales resultan de vital relevancia para orientar las estrategias y discursos de campaña de los candidatos en función de alcanzar el triunfo que les permita acceder, conquistar o consolidar el poder político – en términos weberianos-; por lo cual la identificación o asociación de la campaña electoral de un candidato con los valores que definen a los sectores populares venezolanos provocaría un amplio y significativo respaldo de éstos hacia aquel.

En suma, el modo con el que se comprendan las peculiaridades político-culturales en el seno de nuestra estructura social resulta determinante para lograr capitalizar políticamente los respaldos de los actores, grupos y sectores sociales más predominantes de la sociedad venezolana. Así pues, aquellos que ignoren las peculiaridades socioculturales que configuran tanto los rasgos institucionales como lo extra-institucionales definitorios de nuestro campo político están condenados a no concretar sus expectativas planteadas en términos de poder. 

En sí, la elaboración de encuestas y sondeos de opinión pública representan instrumentos o herramientas necesarios en virtud de los cuales pueden establecerse aproximativamente el conjunto de valores que caracterizan las actitudes y conductas políticas que se ponen de relieve en los procesos electorales en un momento dado; de manera que, éstos a través de un rigor “numerológico”, estadístico o matemático acompañado de ciertos elementos heurísticos de tipo sociológico nos permiten determinar qué valores (políticos) están asociados con los sectores populares en Venezuela, y de qué modo éstos son condicionados por ciertas prácticas políticas clientelares. No obstante, desde la ciencia política no debe excederse en lo meramente cuantitativo, sino priorizar lo que realmente responde a su esencia: lo cualitativo, lo heurístico y lo interpretativo, que se define en términos de la sociología comprensiva weberiana como “verstehen”.
 
En definitiva, si la política –entre otras acepciones- constituye una actividad o dimensión humana definida por los valores, principios y pasiones de los individuos en relación al ejercicio del poder y la toma de decisiones, entonces la ciencia política debe encargarse de estudiar acuciosamente las actitudes, sentimientos, concepciones y valores que los individuos, en tanto agentes sociales, poseen en relación a la política, lo político y las políticas, estructuradas por los procesos de socialización política (cultura política) con el propósito de determinar sus objetivos, gustos, preferencias, etcétera.

El Estudio de lo Axiológico Político a partir de la Sociología Electoral, la Psicología Política y la Opinión Pública

La sociología electoral, ante todo, constituye una subdisciplina de la ciencia política cuyo objeto de estudio se define a través de los fenómenos y prácticas relacionados con la participación de los actores y los grupos sociales en los procesos de designación de los principales cargos de representación política en una sociedad determinada, por lo cual la misma contribuye indudablemente en la comprensión exhaustiva del comportamiento electoral, es decir, de las motivaciones o predisposiciones que llevan o impulsan a los ciudadanos a respaldar una candidatura u “opción política” determinada. A su vez, esta subdisciplina politológica tiene como propósito determinar de qué manera se distribuyen geográficamente ciertas actitudes políticas en una sociedad y cómo éstas son condicionadas por otros factores de índole institucional y extrainstitucional: lo económico, lo cultural, lo medioambiental, entre otros (Cot y Mounier, 1978).

Por otra parte, la psicología política se ocupa de estudiar y analizar, metódica y sistemáticamente, la incidencia o los efectos que generan los fenómenos, procesos y estructuras de dominación social (relaciones de poder) en la “psique colectiva” y, a su vez, en el comportamiento individual. Por tal motivo, las investigaciones enmarcadas bajo esta orientación están dirigidas a determinar cuáles son las motivaciones internas que llevan a una persona a involucrarse en los procesos electorales y a apoyar a algún partido político o liderazgo, en particular.

Asimismo, la opinión pública como disciplina esencialmente transdisciplinaria, consistente en la intersección entre la comunicación social, la ciencia política, la sociología y la psicología social, se basa en investigaciones o estudios cuantitativos, que tienen como ratio determinar el conjunto de concepciones y posturas condicionado fundamentalmente por lo mass-mediático en torno a lo político, lo económico, lo cultural, entre otros aspectos, que tienden a prevalecer en la colectividad en un tiempo determinado. Por ello, esta disciplina muy idóneamente puede interpretar y captar las inclinaciones, posturas o valoraciones predominantes con respecto a ciertos y determinados acontecimientos suscitados en el entorno social, en función de que las agencias gubernativas se encarguen de implementar políticas públicas que se adapten a las tendencias definidas por la opinión pública con el propósito de aumentar su legitimidad de hecho.

En este sentido, y por ello, actualmente se ha plasmado un gran interés hacia “la cuestión de la función y los poderes de la opinión pública en la sociedad, los medios con los que puede modificarse o controlarse, y la relativa  importancia de los factores emocional e intelectual en su formulación” (Binkley citado por  Price, 1994: 30).

La Cultura Política como Construcción Teorética

En la actualidad, los análisis e investigaciones orientados hacia la comprensión de los valores, actitudes y cosmovisiones políticas  en una sociedad y momento determinadas otorgan una gran pertinencia al conjunto de manifestaciones psicológicas y subjetivas que poseen los individuos en torno a la política y que, de algún modo u otro, definen sus acciones en las relaciones sociales insertas en dicha esfera, en términos de Lucian Pye (citada por Madueño, 1999). Es decir, es menester asumir la política y lo político de acuerdo con las tendencias e inclinaciones de significación social de cada uno de los actores que conforman el marco de la estructura social y que, de algún modo, inciden en el sistema político. 

           Asimismo, de acuerdo con Gabriel Almond la cultura política puede conceptuarse como el “espíritu, estado o conjunto de valores (conciencia colectiva) que implican la dirección o guía de símbolos de la política de la nación o de grupos que conforman la nación” (Ibíd.: 25). Es decir, hace referencia al cúmulo de valores que define y guía la acción política de los agentes sociales en un espacio y tiempo determinados. 

          En este sentido, la cultura política comprende a las distintas concepciones o percepciones en torno a las instituciones políticas y, muy especialmente, a las estructuras gubernamentales y, al mismo tiempo, a las acciones tanto individuales como colectivas orientadas a incidir e influenciar el proceso de toma de decisiones en la esfera pública.

          Por ello, puede tomarse como referencia la magistral definición dada por el profesor Luis Madueño (1999:46), en la cual sostiene que la cultura política es “el conjunto de actividades, creencias y sentimientos que ordenan y dan significados a un proceso político y que proporcionan los supuestos y normas fundamentales que gobiernan el comportamiento del sistema político”.

         En este orden de cosas, Lagroye aduce que la cultura política  es “el producto de un mecanismo de regulación de conductas políticas que inculcan en los individuos actitudes fundamentales forjadas por la historia y los lleva a compartir más allá de sus diferencias de opinión, creencias, comunes sobre la mejor forma de organización social” (Ibíd.: 50).

        En sí, para lograr la aprehensión y comprensión idónea y acertada  sobre la cultura política bajo el esquema sociológico weberiano es menester: a) identificar el sentido o significado de las acciones tal cual como fueron establecidas por los actores sociales y b) reconocer el contexto histórico y sentido de pertenencia  de la acción y en el que produce significado.

        Ahora bien, en base a lo que se ha dilucidado anteriormente puede agregarse que existen distintas categorías de culturas políticas planteadas por Lagroye que, bajo una perspectiva política comparada, son de suma importancia para determinar qué características o rasgos se adaptan a los distintos sistemas políticos y qué diferencias o semejanzas existen entre ellos en cuanto a esa dimensión. Las culturas políticas, siguiendo las pautas o líneas de investigación de Lagroye, pueden presentarse como una cultura consensual o una cultura política polarizada que, a su vez, se bifurca en culturas políticas polarizadas radical y de disensión.

       Como tal, la cultura consensual es aquella en la cual los miembros de la sociedad comparten los mismos valores e ideales, por lo cual hay mayor propensión a la negociación y reformas; por otra parte, la cultura política polarizada hace referencia a aquella en la cual los miembros de la sociedad poseen posturas y perspectivas irreconciliables, entre ella destacamos:

       Una cultura política polarizada radical, que se refiere a un conjunto de valores y conductas sociales que no dan cabida al diálogo y a la concertación como el mejor mecanismo para solucionar los diversos problemas colectivos, entiende y concibe a la política in nuce como una relación específica amigo-enemigo (Carl Schmitt); y una cultura política de disensión, en la cual la política se percibe como una relación existente entre adversarios, más no de tipo existencial entre amigos y enemigos; es decir, de carácter agonística.

Dimensiones de la Cultura Política

       De acuerdo con una fundamentación en la sociología giddensiana, Madueño (1999) expone que la cultura política puede definirse sobre la base de las siguientes dimensiones: a) el volumen, que se refiere al número de personas que está de acuerdo con los fundamentos y nociones básicos (valores y creencias más o menos compartidas) que conforman el sistema político; b) el grado, que implica la intensidad o incorporación de elementos axiológicos o valores a la conciencia política colectiva; c) la rigidez, referida al nivel en que se define la cultura política, es decir, la capacidad de adaptación, aceptación y promoción de cambios dentro del sistema político (tolerancia e intolerancia políticas); y d) la composición, que se entiende como los sustratos y subculturas que componen y constituyen las familias políticas (partidos políticos, sindicatos, grupos de presión, etc.).

Componentes de la Cultura Política

       De acuerdo con Patrick Lecomte y Bernard Denni, los componentes de la cultura política pueden definirse como el conjunto de orientaciones que estructuran y conforman el ámbito interno de las relaciones y procesos políticos inmersos en una dimensión cultural, entre ellos se hallan: el componente afectivo, componente cognitivo y componente comportamental (Ibídem). 

En este orden de ideas, el componente afectivo hace referencia a las reacciones emocionales que poseen y desarrollan los actores sociales al interactuar con el sistema político; el componente cognitivo, por su parte,  define  las imágenes y visiones que estos diseñan en torno al sistema político, es el modo en el cual interpretan al sistema político mismo; y el componente comportamental que se define como el conjunto de actitudes o acciones políticas que emprenden los actores sociales dentro del sistema político.

       Asimismo, y de un modo bastante similar, Almond y Verba (citado por Madueño, 1999) tomando en consideración el sistema AGIL de la sociología de Talcott Parsons efectúan una distinción entre tres componentes: a) Orientación cognitiva, referida al conjunto de conocimientos y creencias en relación al sistema político; b) orientación afectiva, referida a los sentimientos hacia el sistema político; y, por último, c) la orientación evaluativa, representada por los juicios, opiniones y valoraciones sobre el sistema político.   




Estructuración de una “Nueva Cultura Política” en Venezuela desde 1998 hasta la actualidad

       La instrumentación de mecanismos mesiánicos de defensa frente a la incertidumbre y desesperanza que subyacían en el sentido común de la ciudadanía originó como resultado en 1998 el debilitamiento de la institucionalidad política y la sedimentación de la cultura política en el marco societal venezolano -por denotarlo de algún modo-. Es decir, la fosilización de las instituciones sociales -en sus múltiples dimensiones- y el consiguiente afianzamiento de determinadas tendencias anómicas derivadas del resquebrajamiento del código moral colectivo en la sociedad venezolana ha repercutido significativamente sobre la personalización, la informalización y la espectacularización políticas, en un panorama de ardua crisis sociopolítica, en el cual las demandas sociales rebasaron la capacidad de respuesta institucional del entramado estatal y de las instancias de la sociedad política (partidos) –en términos de representatividad política y social-, dando como resultado una manifestación antipolítica que Ulrich Beck aborda en términos de sub-política, considerando el “renacimiento no institucional de la política”, bajo la peculiaridad en el caso venezolano de un “nuevo comienzo” o un “escenario triunfalista” encarnado por un líder carismático y quiliástico con pretensiones de “redención social”, en tanto “tribuno telegénico” (Rivas Leone, 2008; Perelli, 1995; Ramos Jiménez, 2002; Madueño, 2002).

       Por tal motivo, ciertamente, el abandono de la idea de profundización o mejoramiento de la democracia en el sistema político venezolano, por parte de los gobiernos “puntofijistas”, fue lo que en sí provocó el ascenso y surgimiento  de posturas antipolíticas en la sociedad, por parte de los ciudadanos, que de cierto modo fomentaron y alentaron la génesis de un liderazgo carismático y personalista que empezaría a vulnerar el sistema democrático venezolano basado en la lógica de la política institucional (en términos de Michael Oakeshott, 1998). 

       En este sentido, de acuerdo con Rivas Leone y Caraballo, L (2011) y Madueño (1999) el colapso del sistema bipartidista, a fines de los años noventa del siglo pasado, puso de relieve la pérdida en la capacidad de convocatoria de los partidos políticos  producida por la incapacidad de éstos en traducir los intereses y expectativas de los ciudadanos o, expresado de mejor modo, en canalizar las demandas desde la sociedad civil al Estado; por lo tanto se hizo evidente unas crisis de representación y legitimidad de las organizaciones partidistas.

       Además de ello, los partidos políticos no fueron capaces de traducir, interpretar y canalizar los nuevos hábitos de participación que estaban emergiendo y, por tanto, de crear nuevos canales o mecanismos institucionales de participación que no se limitasen, única y exclusivamente, a lo electoral (cada cinco años). Es decir, los partidos políticos no pudieron asumir posturas cónsonas a las nuevas prácticas de acción política, ya que mantuvieron una práctica bastante restrictiva, pues concebían la participación política electoral ritualizada como el único mecanismo válido de participación (Madueño, 1999).

       De manera que, la crisis de representación, legitimidad y participación políticas generada por la sobrecarga de demandas e ineficiencia por parte de las clases políticas en dar respuesta a las mismas fue el causante de una redefinición de la cultura política y un nuevo “status de la política” que se hizo patente a través de la fusión o cohesión entre el Estado y la articulación social desde una figura populista.

      Ahora bien, para comprender la configuración de la cultura política venezolana, a lo largo de su historia republicana, es necesario determinar qué elementos son los que la han definido y en qué medida han incidido en la estructuración de un nuevo “status político”. A saber:

(*) La biografía histórica de Venezuela influenciada básicamente por liderazgos caudillescos.

(*) Rasgos o etiquetas similares o que se solapan  con los de la fe religiosa, que se manifiesta a través de la llegada de un líder mesiánico que reviste de esperanza e ilusión a las masas ante momentos de crisis.

(*) El auge y solidificación de una cultura política que ha girado en torno a la “nueva imagen de caudillo, el caudillo como benefactor, como distribuidor de patronazgo” (Lynch citado por Madueño, 1999), en la cual “(…) se considera más seguro aceptar la promesa personal de un caudillo que los anónimos ofrecimientos institucionales” (Ibídem). 

Es conveniente expresar, que el rechazo y el desconocimiento hacia las instituciones políticas y actores políticos tradicionales puede elucidarse a través de los siguientes aspectos: 

(*) La crisis de una élite política que no supo interpretar y ajustarse a las demandas y necesidades sociales prevalecientes para una época sobre todo marcada por los altísimos índices de marginalidad y pobreza; por lo cual, puede sostenerse, que las clases políticas de entonces se encargaron de tratar los asuntos públicos con suma trivialidad y banalidad.

(*) El vaciamiento del contenido de la política expresado por medio de la rigidez en los mecanismos de acción política o fondos tradicionales de hacer política que en sí provocó un gran cuestionamiento y rechazo hacia el sistema político, la revalorización negativa hacia el régimen político y el acercamiento a formas fanáticas y mesiánicas de liderazgo político. 

(*) La resocialización política y la configuración de nuevas estructuras de mentalidad política (nuevos universos políticos) por parte de tres acontecimientos que provocaron la huída del individuo de las estructuras políticas tradicionales, dando origen así a nuevas pautas o esquemas de acción política: el 27 y 28 de febrero de 1989 (revuelta popular), el 04 de febrero y el 27 de noviembre de 1992 (intentos de Golpe de Estado).

       Siguiendo la secuencia en el discurso, los aspectos mencionados anteriormente constituyeron la conditio sine qua non por la cual surge un liderazgo “outsider”, inicialmente “antisistema”, “antipartidos” y “antipolítico” (Rivas Leone, 2003), cuya retórica estaría orientada hacia la redefinición y exaltación de los gobierno de los hombres en vez de las instituciones (gobierno de las leyes, desde la perspectiva de Norberto Bobbio, 2001), respondiendo esta perspectiva a la política de la fe –en palabras de Michael Oakeshott, 1998-; que además, apelaría a la construcción de nuevos liderazgos que concebirían a la democracia como una relación vitalista o existencial.

       Por ello, en palabras excepcionales del profesor Luis Madueño (1999: 130), lo que caracterizaría desde sus inicios como presidente a Hugo Chávez sería “un gobierno apuntalado más por sentimientos de revancha profundos y arraigados, albergando el desconocimiento de los procedimientos, [haciendo] de las decisiones proclamas instantáneas mediante discursos incendiados de jerga antisistema, encargados más en destruir fantasmas del pasado que enfrentar la incertidumbre del futuro”. 

El Clientelismo Político como Configurador de la Cultura Política y el Comportamiento Político-Electoral

       De antemano, el clientelismo político constituye un fenómeno sumamente recurrente y habitual en las culturas políticas latinoamericanas, que implica un conjunto de prácticas y relaciones establecidas por la clase política o los políticos de profesión a través del empleo de recursos públicos de que disponen, con los que proporcionan ciertas dádivas u obsequios a una población determinada, con el propósito de consolidar o acceder al poder (Romero & Romero, 2005).

       Lo que ha venido manifestándose a lo largo de nuestra historia contemporánea, especialmente tras la aparición del petróleo, es la profundización de relaciones clientelares en el país, intrínsecamente vinculadas con el “paradigma de la abundancia”, que como tal hace referencia a una percepción generalizada por parte de los actores sociales y políticos de que los recursos naturales y económicos son “ilimitados” y que, por tanto, pueden ser empleados desmedida e irracionalmente por parte de las estructuras de gobierno mediante políticas redistributivas (Capriles, A., 2011). 

       Por tal motivo, en Venezuela desde el punto de vista político ha habido una tendencia de parte de los gobiernos en darle prioridad a fortalecer un Estado (cada vez más) paternalista, cuyas acciones estén orientadas a proveer a los distintos sectores de la sociedad (especialmente a los sectores populares) los recursos elementales para su subsistencia, con el fin de aumentar su respaldo y apoyo por parte de estos sectores mayoritarios del cuerpo social. Así que, quien trabaje bajo esta lógica clientelar y procure afianzarla, como consecuencia, obtendrá más apoyo, aceptación y, por ende, legitimidad por parte de los grupos sociales más predominantes y valiosos en términos electorales.

       De manera que, el comportamiento electoral del venezolano ha sido altamente condicionado por el robustecimiento de las relaciones políticas clientelares; así que, aquellas opciones políticas que abiertamente propugnen el cese de estas prácticas lamentables para la cultura cívica o la cultura democrática no tendrán ninguna posibilidad real de alcanzar logros políticos relevantes y significantes en la realidad venezolana. Asimismo, muchas veces, dicho comportamiento electoral refleja una prevalencia de lo pasional o lo catéxico sobre lo racional. 

       En sí, este punto de vista puede fundamentarse y apoyarse en el concepto de “don populista” que expone sugerentemente la historiadora y politóloga Ruth Capriles como “un conjunto de conductas regidas inicialmente por una ética pública basada en la abundancia (…)”, en la que “el funcionario en su posición pública tiene la obligación de dar, y el recipiente del beneficio adquiere la obligación de reciprocar en valores de adhesión y participación en el sistema democrático. Están presentes las tres obligaciones del sistema de prestaciones totales: dar, recibir y pagar” (Capriles, A., 2011).

       En términos concretos, puede aducirse in nuce que la configuración de la cultura política y el comportamiento electoral por parte de las relaciones clientelares puede reafirmarse a través de lo elucidado por el psicólogo social Axel Capriles y la politóloga Ruth Capriles, en los siguientes términos: “(…) el don populista está en el origen de toda representación política y conforma una ética pública que articula y engrana el sistema político venezolano” (Ibíd.: 103. Cursivas y negritas mías). A su vez, Axel Capriles afirma muy concisamente que “la dádiva no sólo obliga a la reciprocidad y crea lazos de dependencia clientelar, sino que sustituye la lucha y anula el sentido de búsqueda de riqueza” (Ibídem: 108) y, muy especialmente, resquebraja y vulnera los rasgos esenciales de una cultura genuinamente cívica, en la cual los diversos actores sociales que se desenvuelven en los distintos campos de la realidad social asuman sus roles respectivos, satisfactoriamente, en términos de responsabilidad pública, autonomía, libertad e igualdad política.



Fuentes Bibliográficas Consultadas

BOBBIO, Norberto (2001). El Futuro de la Democracia. Tercera Edición. México D.F: Fondo de Cultura Económica. 
CAPRILES, Axel (2011). Las Fantasías de Juan Bimba. Mitos que nos dominan, estereotipos que nos confunden. Caracas: Editorial Santillana.
COT, Jean Pierre y MOUNIER, Jean Pierre (1978). Sociología Política. Barcelona, España: Editorial Blume.

MADUEÑO, Luis Edgardo (1999). Sociología Política de la Cultura. Una Introducción. Mérida, Venezuela: Centro de Investigaciones de Política Comparada. Universidad de Los Andes.
MADUEÑO, Luis (2002). “El populismo quiliástico en Venezuela. La satisfacción de los deseos y la mentalidad orgiástica”, en RAMOS JIMÉNEZ, Alfredo (edit.) (2002). La Transición Venezolana. Aproximación al fenómeno Chávez. Mérida, Venezuela: Centro de Investigaciones de Política Comparada, Universidad de Los Andes. Pp.47-76. 
OAKESHOTT, Michael (1998). La política de la fe y la política del escepticismo. México D.F: Fondo de Cultura Económica.
PERELLI, Carina (1995). “La personalización de la política. Nuevos caudillos, outsiders, política mediática y política informal”, en PERELLI, Carina; PICADO, Sonia y ZOVATTO, Daneil (Comps.) (1995). Partidos y clase política en América Latina en los 90. San José, Costa Rica: CAPEL-IIDH.
PRICE, Vincent (1994). La Opinión Pública. Esfera Pública y Comunicación. Barcelona, España: Editorial Paidós.
RAMOS JIMÉNEZ, Alfredo (2002). “Los límites del liderazgo plebiscitario. El fenómeno Chávez en perspectiva comparada”, en ___________ (edit.). La Transición Venezolana. Aproximación al fenómeno Chávez. Mérida, Venezuela: Centro de Investigaciones de Política Comparada, Universidad de Los Andes. Pp. 15-46.
RAMOS JIMÉNEZ, Alfredo (2009). El Experimento Bolivariano. Liderazgo, Partidos y Elecciones. Centro de Investigaciones de Política Comparada.  Mérida, Venezuela: Universidad de Los Andes. 
RIVAS LEONE, José (2003). El Desconcierto de la Política. Los desafíos de la política democrática. Centro de Investigaciones de Política Comparada. Mérida, Venezuela: Universidad de Los Andes.
RIVAS LEONE, José y CARABALLO, Luis. “El rol de los partidos políticos en la (In) gobernabilidad de la democracia en Venezuela” en RAMOS JIMÉNEZ, Alfredo (2011). La Revolución Bolivariana. El Pasado de una Ilusión. Caracas: Editorial La Hoja Del Norte.
ROMERO, Aníbal y ROMERO, María Teresa (2005). Diccionario de Política. Segunda Edición. Caracas: Editorial PANAPO.

0 comentarios:

Publicar un comentario

¡A leer y a aportar en el proceso de enseñanza-aprendizaje!

¡A leer y a aportar en el proceso de enseñanza-aprendizaje!
Hay que dialogar... Hay que sociologar políticamente. Coadyuvemos con la configuración de una cotidianidad sobre la base de una Pedagogía del reconocimiento y el acompañamiento del Otro.

Datos personales

Mi foto
Politólogo oriundo de Valera, estado Trujillo (Venezuela). 28 años. Estudiante de la Maestría en Desarrollo Regional (ULA), la Maestría en Ciencias Políticas (ULA) y el Doctorado en Educación (ULA). He sido profesor de: Metodología I (Derecho); Metodología II (Derecho); Investigación Educativa (Educación); Lectoescritura y Metodología del Estudio (Derecho); y Psicología General (Programa de Profesionalización Docente) en la ULA-NURR. Actualmente ejerzo como docente en el área de Sociología, adscrita al Departamento de Ciencias Sociales en el mencionado Núcleo de la Universidad de Los Andes. En este espacio espero compartir contenidos de relevancia, pertinencia e interés para los usuarios de las diversas plataformas inherentes a la web 2.0. Auguro nuestra interacción resulte gratificante, fructífera y provechosa. En definitiva, si deseas conocerme, entonces conóceme por lo que escribo. Mucho gusto... ¡Bienvenidos!

Blog del comunicador social Andrés A. Segovia Moreno

Blog del comunicador social Andrés A. Segovia Moreno
Espacio dedicado al análisis periodísitico de aspectos políticos, socioculturales y económicos de relevancia nacional e internacional, con un notable sentido crítico.

¡Peruzolanísimo!

¡Peruzolanísimo!
Sigue esta cuenta manejada por el colega Juan Carlos, quien se reside en la ciudad de Lima.

Blog del Dr. Luis Javier Hernández Carmona (Lisyl, NURR-ULA)

Blog del Dr. Luis Javier Hernández Carmona (Lisyl, NURR-ULA)
Apuntaciones semioliterarias para adentrarnos a la perspectiva ontosemiótica, en tanto semiótica de la afectividad-subjetividad; propuesta teórico-metodológica del profesor Hernández Carmona para el abordaje de lo social y lo humano, es decir la semiosis.

¿La Política del Logos o el Logos de la Política?

¿La Política del Logos o el Logos de la Política?
¡También estoy en Facebook! Visita la cuenta de Reflexiones Politológicas... ¡Interactuemos! Dialoguemos con amenidad.

¡Ayúdame a difundir mis ideas! Comparte mi contenido en la "comunidad virtual". ¡Gracias!

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites

Sígueme en Twitter...

Visita también mi Google Site

Visita también mi Google Site
En algún lugar de Valera con un loro sumamente simpático.

LABORATORIO DE INVESTIGACIONES SEMIÓTICAS Y LITERARIAS (LISYL)

LABORATORIO DE INVESTIGACIONES SEMIÓTICAS Y LITERARIAS (LISYL)
Sigue las producciones intelectuales del LISYL. La Semiótica constituye un enfoque teórico-metodológico pertinente y valiosísimo para el estudio transdisciplinar del Sujeto, la Sociopolítica y la Cultura.

REVISTA ONTOSEMIÓTICA

REVISTA ONTOSEMIÓTICA
Publicación académica del Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Literarias de la Universidad de Los Andes, Núcleo Universitario "Rafael Rangel".

Seguidores

Derechos de autoría intelectual reservados a Rohmer Samuel Rivera Moreno.