viernes, 27 de noviembre de 2015






KLIKSBERG, Bernardo (2001). El Capital Social. Caracas: UNIMET/Editorial PANAPO, 154 Pp.
           
            Dada la multiplicidad y vertiginosidad de cambios experimentados por las estructuras sociales a escala mundial, como producto del fenómeno/proceso (multifacético y polivalente) de la globalización, tanto los sistemas políticos, económicos y culturales se han visto notoriamente afectados y, por ende, configurados por las nuevas cosmovisiones, valores, símbolos, universos y representaciones cognitivas que han ido adquiriendo los individuos en torno al Estado, el Mercado, la Sociedad y otro tipo de entramados institucionales, que a su vez ha generado como consecuencia el surgimiento de formas novedosas de asumir las prácticas tanto individuales como colectivas en relación a lo político y lo socioeconómico fundamentadas en la cooperación, la confianza, la reciprocidad y la asociatividad de éstos como conditio sine qua non para contribuir con el mejoramiento de las instituciones sociales –de diversa índole- y naturalmente con el funcionamiento óptimo de nuestras democracias latinoamericanas.
Por tal motivo, resulta tanto sugerente como acucioso examinar exhaustiva y sistemáticamente las proposiciones teóricas dilucidadas en la obra de “El Capital Social” publicada hace más de una década, bajo el auspicio de la Universidad Metropolitana, por el profesor venezolano Bernardo Kliksberg, quien cuenta con una amplia y destacada trayectoria académica y profesional en prestigiosas universidades del mundo así como también en instancias supranacionales como las Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, el Banco Interamericano de Desarrollo, entre otras tantas, cuyo propósito consiste en el abordaje de una temática aún vigente y pertinente, intrínsecamente vinculada con la viabilidad de proyectos o planes de modernización del Estado, las nuevas formas de participación política (de carácter bottom-up u horizontal), la gestión y el desarrollo sociales y, sobre todo, la atenuación -y gradual erradicación- del pauperismo y las desigualdades colectivas, aún imperantes y definitorias de nuestros entornos sociales latinoamericanos.   
Desde el ámbito de las ciencias sociales contemporáneas (fundamentalmente la Ciencia Política, la Sociología y la Economía), recientemente diversos estudios cuantitativos han determinado que entre mayores niveles de confianza, asociatividad, reciprocidad, cooperación, tolerancia, inclusive de respeto por parte de los actores sociales y políticos hacia las normas de convivencia y los valores de carácter democrático propios del Estado de Derecho, existen mayores posibilidades de que haya un funcionamiento más probo e idóneo en las instituciones políticas en cuanto a la responsividad de manera eficiente de las diversas demandas y exigencias colectivas y, en efecto, con ello coadyuvar con la generación de condiciones óptimas en virtud de las cuales se promueva gradualmente los procesos de modernización y democratización (inescindibles por cierto) a nivel societal en nuestros países.
En sí, entre los aportes pioneros y más significativos en el ámbito del Capital Social es menester destacar el estudio comparativo efectuado por el reputado sociólogo Robert Putnam, en su obra “Para hacer que la democracia funcione” (1994), entre las regiones del Norte y el Sur de Italia, en el que se determinó y concluyó que en el norte italiano (específicamente en Emilia-Romagna y Toscata) existe un mayor funcionamiento de la democracia debido a que las relaciones sociales, políticas y económicas que se ponen de relieve se caracterizan por su horizontalidad y ausencia de jerarquías en los distintos procesos decisorios a escala local, cuyas manifestaciones se ven reflejadas mediante una cultura política y participación cívicas, la solidaridad, la confianza intersubjetiva, la cohesión y la articulación sociales; en contraposición, a la región del sur italiano en el cual existen mayores niveles de desconfianza colectiva así como de apatía e indiferencia hacia la deliberación de los asuntos públicos concernientes con el ideal filosófico-político de “bien común”.
Ahora bien, el profesor Kliksberg en el primer capítulo de la obra se fija como propósito principal el de definir al Capital Social como un paradigma o categoría de análisis orientado a lograr una diferenciación y una ruptura con el pensamiento convencional sobre el desarrollo, imperativamente economicista y universalista que ignora, no responde ni toma en consideración las peculiaridades socioculturales, políticas y económicas de cada país y región.
En este sentido, el autor sugiere que para definir convincente, coherente y consistentemente, desde un punto de vista lógico, al Capital Social es vital y necesario priorizar y destacar cuatro áreas divergentes, pero sumamente relacionadas entre sí: a) el clima de confianza al interior de una sociedad, referido básicamente al modo en el cual la gente percibe y califica a los demás; b) la capacidad de asociatividad, consistente en los diversos mecanismos o procesos institucionales dirigidos a la producción permanente de sinergias, cualquier tipo de formas de cooperación, vínculos en virtud que faciliten la integración, la articulación y el trabajo mancomunado de los diversos sujetos o actores sociales con la finalidad de alcanzar objetivos comunes; c) la conciencia cívica, que comprende las acciones y actitudes que ponen patente los individuos ante aquellos aspectos, bienes o prácticas que se delimitan en función del interés público; y d) los valores éticos, referidos a aquellos componentes o elementos de tipo axiológico por los que deben fundamentarse las acciones y decisiones de los gobernantes, políticos profesionales, empresarios y demás para así fortalecer el tejido social, de modo que haya un mayor compromiso cívico hacia la preservación del orden y la estabilidad sociales, así como objetivos vinculados al crecimiento compartido, la justicia social, la transparencia y “accountability” en el manejo de la gestión pública, etc.
Siguiendo la secuencia de lo elucidado, Bernardo Kliksberg procura presentar un trabajo que cumpla con los cánones y parámetros de rigurosidad, exhaustividad y sistematicidad que demandan las ciencias sociales contemporáneas, por lo cual sus propuestas y construcciones teórico-conceptuales tienen como basamento diversas evidencias empíricas provenientes de determinados estudios estadísticos realizados principalmente en Latinoamérica, cuya ratio  gira entorno a poner de manifiesto que en aquellas sociedades cuyos miembros posean mayor grado asociatividad y disposición de cooperar con los demás, fundamentados en ideales éticos y morales atinentes al “bien común”, pueden generarse indudablemente condiciones de desarrollo compartido y menos desigual, mejores resultados [micro y] macroeconómicos, mejor funcionamiento de las instituciones públicas en aras del robustecimiento de la legitimidad y gobernabilidad democráticas así como una estructura social suficientemente estable.
Por ello, puede plantearse desde una perspectiva politológica que Kliksberg en cada uno de los espacios académicos y jurídico-políticos supranacionales, en los que ha ejercido labores profesionales de asesoría, investigación y docencia, ha sido persistente en afirmar que una alternativa viable para que nuestras sociedades latinoamericanas superen los múltiples obstáculos y vicisitudes políticas y socioeconómicas que han venido presentándose a la largo de nuestra historia (desde la Colonia hasta la conformación de Repúblicas independientes), a través de la formulación e implantación de estrategias, políticas y medidas que permitan la reforma y descentralización del Estado y el consiguiente fortalecimiento tanto de la sociedad civil como de la sociedad política (representada por los partidos políticos por antonomasia) con el propósito de fortalecer y adaptar progresivamente a las democracias latinoamericanas a las ingentes y dinámicas demandas colectivas.  
Asimismo, otro aspecto trascendente digno de destacar de esta valiosísima obra es el rol inobjetable que juega la familia en la estructuración y configuración del Capital Social, dada su condición de principal institución social par excellence y, en consecuencia, de agente primario de socialización en tanto que transmite e inculca un conjunto de valores, normas, creencias y actitudes en los individuos que les permite desarrollar un buen desempeño en el ejercicio de múltiples funciones y roles por medio de los cuales puede garantizarse un funcionamiento acorde de la economía, la política, el derecho y demás facetas existentes de la heterogénea praxis humana o acción social -en términos weberianos-. Así pues, entre mayor sea la articulación existente dentro de la estructura familiar puede originarse una tendencia que incida positivamente sobre el rendimiento educativo de niños y jóvenes, los niveles de producción y productividad  industrial y fundamentalmente en la atenuación de los índices de violencia y criminalidad que acechan la estabilidad social y la gobernabilidad de los sistemas democráticos en América Latina.   
Por otra parte, Kliksberg también pone énfasis en la relación existente entre el Capital Social y la esperanza de vida en una sociedad determinada, aduciendo y denotando que entre mayores niveles de confianza existan entre los actores sociales, mayores serán los niveles de esperanza de vida en la población de la que forman parte e integran y; en caso contrario, se percibirá un descenso en los niveles de esta última.
En definitiva, este capítulo –el de mayor relevancia de la obra, a juicio de mi subjetividad, por lo que proporciona instrumentalmente- llega a las siguientes conclusiones: a) las expresiones genuinas de participación en la “cosa pública” constituyen un elemento imprescindible para la construcción de Capital Social y el afianzamiento del “ownership” reflejado en un interés (o “adueñamiento” valga la expresión) cada vez más pronunciado por parte del ciudadano en las instancias y proyectos de su comunidad o localidad; y b) por último, el Capital Social busca trascender la visión meramente economicista de la “economía ortodoxa”, dándole un justipreciado interés a las políticas sociales destinadas a la erradicación de la pobreza y marginalidad social, a la diminución de la brecha entre ricos y pobres y al fomento de mecanismos de movilidad social ascendente. Es decir, a un Estado, un Mercado, una Sociedad Civil y una Sociedad Política más consecuentes con la aún lamentable realidad socioeconómica de nuestros países, que impide que nuestras democracias funcionen cabal y satisfactoriamente.
Seguidamente, el segundo capítulo sólo se encarga y dedica de dilucidar más detalladamente los principales rasgos precisados en el primer capítulo en torno a la pobreza, la inequidad y la erosión familiar, aún prevalecientes en nuestros países latinoamericanos, como causantes del deterioro de la democracia, el vaciamiento de la política, la fatiga cívica reflejada como antipolítica, es decir, de una “crisis de acción política” en términos generales; del paupérrimo y frustrante rendimiento de los sectores económicos y aparatos productivos de gran parte de nuestros países conjuntamente con políticas macroeconómicas equívocas, anacrónicas y desfasadas (estatización de la economía), el desempeño impotente e insatisfactorio de las organizaciones del “Tercer Sector” o de la “Economía Social y Solidaria” debido a los altos niveles de desconfianza y compromiso cívico (producto, en gran parte, de esa lógica estatista); el aumento en los niveles de deserción escolar, de criminalidad y violencia colectiva que ponen como punto de reflexión, para repensar y replantear, el rol de la familia en el mejoramiento del capital humano y, efectivamente, del Capital Social.
Entretanto, el tercer capítulo se refiere simple y lisamente al ascenso e incremento exponencial del problema de la criminalidad en América Latina como resultado de la desintegración y desarticulación de la institución familiar en la sociedad, los graves déficits en cuanto a capital humano y a capital físico (infraestructuras) en nuestros sistemas educativos, los elevados niveles de desconfianza y de ausencia evidente de reciprocidad entre los sujetos sociales, una ineficiencia e ineficacia cada vez más elevadas de las agencias gubernativas en responder a los problemas y demandas sociales, los ajustes macroeconómicos errados y equívocos por parte de los gobiernos, cuyo único resultado ha sido el aumento en las tasas inflacionarias (cada vez más galopantes), en las tasas de desempleo que no permiten el aprovechamiento más acorde del “bono demográfico” realmente existente en la actualidad en gran parte de América Latina, muy concreta y especialmente en Venezuela, proyectado en una población joven económicamente activa, con la que podría diversificarse la economía e ir reduciéndose la dependencia rentístico-petrolera.
Por otra parte, desde una perspectiva analítica, el cuarto capítulo pretende dejar expuesto con suma claridad que en las sociedades del presente es perentorio que los procesos económicos estén bien fundamentados y caminen a la par con los principios o valores éticos, humanistas y ecologistas, cuya razón de ser deben centrarse en producir o facilitar las condiciones oportunas y óptimas que permitan a los individuos desarrollar una vida plena como seres humanos actuantes y pensantes con capacidad de transformación de su entorno societal en función del respeto a los Derechos Humanos y a un modelo de Desarrollo Sustentable que dé prioridad a la satisfacción de las necesidades del presente sin vulnerar o perjudicar los recursos naturales, meritorios para la satisfacción de las necesidades elementales de las futuras generaciones. Por ello, el Capital Social plantea que lo económico debe deslindarse de los parámetros economicistas convencionales y dogmáticos que “deifican” de alguna manera al Mercado, su respectiva lógica individualista y la individualización del problema de la pobreza, por ejemplo.
En este orden de cosas, Bernardo Kliksberg culmina su obra planteando un conjunto de tesis en el que se argumenta porqué la participación política es el factor de mayor relevancia o, expresado en otros términos, el elemento más neurálgico en cuanto a la construcción y consolidación de Capital Social como alternativa de desarrollo para América Latina, caracterizada y calificada como la región más desigual en el mundo.
A modo de reflexión cabe destacar, bajo la influencia del pensamiento tanto sociológico como politológico, que la generación y el posterior robustecimiento de los lazos de cooperación, confianza y asociatividad entre los actores sociales, en los que se expresa fundamentalmente el Capital Social, es viable única y exclusivamente a través de la superación de las estructuras y prácticas político-clientelares y patrimonialistas que impiden la existencia y el ejercicio de una ciudadanía in stricto sensu; y por ende, que obstaculizan el fortalecimiento de las instancias de la Sociedad Civil así como la democratización de la Sociedad Política (representada por los partidos políticos); con lo cual dicha obstaculización propicia el lamentable estancamiento y decadencia de las democracias latinoamericanas enquistadas por prácticas sociopolíticas definidas por el (neo)populismo, el clientelismo y el patrimonialismo, que a su vez fortalecen los lazos de dependencia entre el Estado y gran parte de los grupos sociales, que para nada contribuyen con la participación política de los sujetos en condiciones de autonomía.
Finalmente, ¿todo esto es suficiente para comprender cabalmente la idea de Capital Social y, más aún, para analizar con más detalle la realidad social venezolana? Yo diría que no. ¡Hay mucha tela que cortar y mucho por leer!
Reseñado por: Rohmer Samuel Rivera Moreno (21/07/2013).
E-mail: rohmersamuelrivera@gmail.com

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