sábado, 12 de diciembre de 2015




(Fotografía de la Iglesia "San Juan Bautista" de la ciudad de Valera, estado Trujillo) 

Rohmer Samuel Rivera Moreno
            De antemano, resulta valioso y fundamental conceptualizar al desarrollo local como un proceso que implica prácticas institucionales participativas que, sustentadas en las fortalezas, limitaciones y oportunidades de un determinado territorio (en función de unos recursos naturales, socioculturales, económicos, tecnológicos y demás), está orientado al mejoramiento sustancial y significativo de las condiciones cualitativas de vida de los actores sociales, puesta diáfanamente de relieve en la posibilidad de adquirir mayores ingresos económicos y recursos valiosos que contribuyan a que cada individuo, en tanto agente social, se desarrolle y afiance plenamente como un ser actuante y pensante con capacidad de transformación de su entorno social circundante.

            Es decir, implica en sí un constructo o una categoría sustentada en la multidimensionalidad, la complejidad y la integralidad de un fenómeno y un proceso sociales que se condensan en un cúmulo de relaciones intersubjetivas enfáticas en la ampliación de un abanico de “condiciones vitales” (Dahrendorf, 1983), en términos de sustentabilidad/sostenibilidad, libertad y equidad.

            Por tal motivo, es pertinente abordar la categoría de desarrollo despojándola de su matiz economicista (centrada exclusivamente en indicadores asociados al crecimiento económico: tasa de producto interno bruto, la renta per cápita y el ingreso nacional) y, naturalmente, poniendo hincapié en todos aquellos aspectos y rasgos simbólico-socioculturales que ejercen influjo en los niveles de calidad de vida de los actores sociales que se hallan inmersos en un determinado territorio. Tal afirmación se deriva de las concepciones emergentes que dilucidan a los procesos de desarrollo como una conjunción de elementos económicos, ecológicos, políticos y culturales interdependientes e interrelacionados cuya ratio versa en la satisfacción de las necesidades elementales de las presentes generaciones sin perjudicar la posibilidad de satisfacer, efectivamente, las necesidades tanto individuales como colectivas de las generaciones futuras (desarrollo humano sustentable).

            Ahora bien, como antecedente a esta temática en América Latina a mediados del siglo XX prevalecieron posturas desarrollistas que respondieron a diversos postulados sociológicos de corte positivista y darwinista social (comtiana y spenceriano), y que, a su vez, asumieron la relevancia de imponer un conjunto de lineamientos y directrices autoritarios encarnados por la figura del “gendarme necesario”, el “cirujano de hierro” o el “César democrático”, bajo los ideales sociales de vanguardia: orden y progreso, para la implementación efectiva de políticas económicas tendientes a la modernización, la urbanización y la industrialización de la sociedad mediante el rol preponderante y crucial del Estado, cuya ratio se justificaba plenamente por la incapacidad y falta de preparación de los sujetos sociales en torno a su posible participación en los principales procesos políticos y económicos del cuerpo social (Mires, 1993).

            Por tal razón, en la región aún se presencian diversos enclaves de esta naturaleza en las concepciones en torno al desarrollo, que insta a la ciudadanía al replanteamiento analítico, sistemática y crítico con relación al desarrollo -en general- y al desarrollo local –más concretamente-. Es decir, generar propuestas viables y factibles que mediante el repensamiento del desarrollo local, a través de un sentido holístico y sustentable, pueda incidir en la interconexión entre los diversos subsistemas del sistema social para hacer factible un estadio socioeconómico, cultural y político-institucional que condense un mejoramiento cualitativo de todas las condiciones existenciales de los sujetos sociales.

            Por otra parte, lo local en sí constituye y representa una noción categorial cuyas definiciones se han caracterizado por su ambigüedad en torno a la delimitación de dicha unidad de análisis, desde el punto de vista estrictamente geográfico; no obstante, lo local puede asumirse sociológicamente como una construcción social –en términos de Berger y Luckmann (1968)-, consistente en una trama de relaciones sociales que permiten el surgimiento y, del mismo modo,  la expresión de una identidad y un sentido de propósitos (lo teleológico) compartidos por múltiples agentes públicos y privados en el marco de una determinada estructura social.

            Asimismo, desde una perspectiva politológica  puede aportarse teóricamente aduciéndose que el desarrollo local puede ser entendido como un proyecto político, sustentado en una utopía social, que pone énfasis en el mejoramiento de las condiciones institucionales, políticas, económicas y culturales de un determinado entorno social, valiéndose para ello de la formulación y la implantación de políticas públicas intersectoriales, en virtud de las cuales puede ser efectiva la resolución de problemas colectivos y la satisfacción de las necesidades públicas, con el propósito de robustecer sus índices de capital social en aras de mejorar las manifestaciones de convivencia cívica –en las redes sociales- bajo la lógica del pluralismo político-cultural.

            En este orden de ideas, se asume como perentorio para la comprensión cabal y satisfactoria del desarrollo local analizar grosso modo las implicancias y el alcance del concepto sociológico de capital social, el cual ha sido abordado desde distintos enfoques y corrientes teórico-metodológicas en el plano de las ciencias sociales y humanas (en función de la lógica del verstehen weberiano), entre ellos: en el plano cultural (lo cognitivo) como una serie de normas, valores, actitudes y creencias que pautan los marcos de acción colectiva sobre la base de la confianza, la solidaridad, la cooperación y la reciprocidad entre los distintos actores, grupos y sectores sociales; y, por otro lado, en el plano estructural (lo institucional) abarca un entramado de roles, relaciones y redes sociales que inciden o repercuten en los procesos decisorios en los marcos socio-organizativos, la movilización y administración de los recursos disponibles, la comunicación y la coordinación de los sujetos sociales y la resolución de los diversos problemas colectivos en pos de coadyuvar con las disposiciones cooperativas tendientes al diseño y la ejecución de proyectos sociales locales o comunitarios concretos (Andara, s/f; Putnam, 1994). 

            Ahora bien, reafirmando el carácter multidimensional, integral y complejo del desarrollo local es menester considerar los aspectos más resaltantes de sus ámbitos o facetas constitutivas, para que así pueda interpretarse y elucidarse idóneamente tal objeto de estudio en su justa dimensión. Así pues:

Ø  En lo político se refiere al funcionamiento del entramado institucional en la esfera pública en torno a la resolución de determinados problemas y necesidades sociales: cómo se producen y reproducen las prácticas y relaciones de dominación (poder) en la configuración de las relaciones sociales orientadas a la concreción de los postulados inherentes al desarrollo de lo humano en grado superlativo.

Ø  En lo económico resulta prioritario aprehender y captar las peculiaridades que respondan a cómo se ponen de relieve las relaciones de producción, distribución y provisión de bienes y servicios en un determinado territorio de acuerdo con sus potencialidades y debilidades. También, en este caso se plantea la relevancia de consolidar las instancias y prácticas propias del modelo de economía social y solidaria o, expresado de mejor modo, robustecer todo proceso económico que enfatice las distintas formas solidarias de organización productiva (Caracciolo et al., 2003).

Ø  En el plano ético se hace referencia a los valores, costumbres, tradiciones, referentes axiológicos y deontológicos que rigen la conducta humana en torno a la objetivación de derechos y deberes en determinadas instancias institucionales u organizativas (Mas, 2005).

Ø  En torno a lo social se prioriza cómo se configuran y (re) producen las prácticas intersubjetivas, o entre diversos grupos sociales, en términos de consenso, confianza y cooperación con la finalidad de coadyuvar con la objetivación de ciertos y determinados principios del desarrollo, definidos por los cánones del capital social, partiendo de la premisa según la cual el desarrollo local expresa un conjunto de relaciones sinérgicas que se suscitan entre los diversos aspectos subsumidos a la vida social: lo político, lo económico y lo cultural; y entre los diversos actores que los conforman en un plano muy delimitado de su cotidianidad interactiva.

Ø  Lo cultural alude a aquellas regularidades simbólicas, cognitivas y afectivas que se ponen de manifiesto en los comportamientos de los actores sociales en sus respectivos roles enmarcados en la contribución del mejoramiento integral de su calidad de vida, en términos de sustentabilidad. Es decir, cómo determinadas manifestaciones simbólicas, sistemas de creencias, esquemas o construcciones cognitivas (imaginarios colectivos) repercuten en las interacciones sociales que giran en torno al desarrollo local.

Ø  Lo jurídico debe ajustarse a los objetivos, postulados, máximas y preceptos del Estado social y democrático de derecho stricto sensu. Lo cual remite inevitable e indisociablemente a la prevalencia de una cultura jurídica caracterizada por la observancia, la validez y la eficacia jurídica en tanto condiciones sine qua non para la estabilidad colectiva requerida para el cumplimiento de las pretensiones locales de desarrollo.

Ø  Lo ecológico debe estar basado en criterios de sustentabilidad que priorice fundamentalmente la conservación de los ecosistemas y la preservación óptima de las condiciones medioambientales en los procesos de extracción y producción de los recursos socioeconómicamente provechosos para la localidad. Ello implica además el uso y la explotación racional o mesurada de los recursos naturales.

Ø  Lo demográfico es un ámbito cuya explicación versa sobre cómo la dinámica poblacional y su distribución afectan los procesos tendientes a promover con las condiciones de desarrollo en una determinada localidad.

Ø  Lo infraestructural implica y consta de un cúmulo de edificaciones o estructuras físicas que coadyuven con la optimización de los proyectos económicos y socio-productivos en un determinado enclave local, no sólo fortaleciendo las iniciativas de los actores del sector público (Estado) y del sector privado (mercado), sino prioritariamente a aquellas correspondientes a quienes pertenecen al denominado “tercer sector”.

Ø  Lo geo-histórico, por su parte, resalta la pertinencia de comprender cómo se configura lo territorial, desde el punto de vista socio-histórico, en el transcurso del tiempo.

            De manera lacónica, de acuerdo con Silva (2003) los procesos de desarrollo local se caracterizan por: a) ser esencialmente endógenos (los actores sociales del territorio en cuestión  disponen, administran y emplean ciertos recursos locales en pos del bien común); b) fundamentar su estrategia en una solidaridad con el territorio (solidificando y arraigando los sentidos de pertenencia y de sentido cultural respecto a la localidad en las que se hallan inmersos los actores sociales); c) responder a una voluntad asociativa entre actores públicos, privados y sociales (el partenariado sobre la base de la gobernanza); d) concebir imprescindible el liderazgo en torno a lo que se vaya a emprender; permitir la estimulación de todos los elementos endógenos dinámicos desde una perspectiva holística o integral; e) ser incompatibles con estructuras o modelos rígidos y verticales; y f) por último, adaptarse a las peculiaridades políticas, económicas, culturales y geográficas del entorno social.

            Desde una perspectiva actual, el estudio de los procesos de desarrollo local debe estar necesariamente enmarcado en las dinámicas sociales actuales derivadas de las implicancias de la globalización, en tanto fenómeno/proceso, las cuales se entremezclan con las dinámicas definitorias de lo local, provocando manifestaciones de sincretismo cultural que repercuten en las demás prácticas que se suscitan en los diversos planos de la estructura social. Por ende, cabe considerar que “la mayor parte de la población sólo desde ´su lugar´ podrá tener una proyección hacia lo global. Porque ´su lugar´ es el reducto desde el que se fortalece, se capacita y participa para viabilizar sus potencialidades hacia otros escenarios ampliados” (Manzanal citado por Caracciolo et al., 2003: 28. Cursivas mías).   

            De la misma manera, resulta útil y pertinente destacar que “[t]rabajar para el desarrollo local abre la necesidad y la posibilidad de generar mesoestructuras, una articulación de comunidades e instancias múltiples, como un paso hacia estructuras capaces de confrontar los procesos de orden global o nacional” (Caraggio en Ibíd.: 28). Lo cual lleva a poner énfasis en el carácter crucial del afianzamiento de las relaciones sinérgicas, de interdependencia entre la multiplicidad de actores y sectores sociales en pro de los objetivos y condiciones para el desarrollo local.

            En este sentido, el desarrollo local como estadio inacabado y variable exige la reproducción de patrones cognitivos, afectivos y conductuales intrínsecamente vinculados con la participación social, la cual puede ser concebida, básicamente, como un puente entre la esfera político-institucional y la cotidianidad de los sujetos sociales en el plano de sus diversas actividades y roles; motivo por el cual la viabilidad del desarrollo local sólo puede concretarse mediante la gestión asociada entre el Estado y las organizaciones sociales de base, lo cual conlleva a una “planificación participativa y gestión partenaria de co-gobierno” que oriente a los sistemas decisorios a la articulación, participación e integración de una pluralidad de sectores sociales (Ibídem).

          Finalmente, el debate en torno al desarrollo local es indisociable al tema de la descentralización político-administrativa, en cuanto a sus aspectos favorables, ya que según Chiriboga y Plaza (citados por Caracciolo et al, 2003) permite proyectar como posible a nivel local lo siguiente:

Ø  Diagnosticar con mayor precisión los problemas.

Ø  Ejercer con mayor control para el seguimiento de las políticas públicas.

Ø  Coordinar y concertar actividades entre organismos sectoriales e institucionales sociales.

Ø  Propiciar y fomentar mecanismos de participación de la población microrregional.

Ø  Evaluar con mayor precisión el efecto de las políticas macroeconómicas.

Ø  Consolidar prácticas democráticas fundamentadas en la lógica de la cultura política cívica, tales como: la elección mayoritaria, la concreción de consensos mínimos, la negociación, la participación política y el control sobre los gobernantes (contraloría social).

FUENTES CONSULTADAS

ANDARA, Abraham Enrique (s/f). “Capital Social y Desarrollo Comunitario en Venezuela” [material no publicado, utilizado con fines didácticos para la asignatura de “Pensamiento Político III” en la Escuela de Ciencias Políticas. Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela]

BERGER, Peter y LUCKMANN, Thomas (1968). La construcción social de la realidad. Buenos Aires: Amorrortu editores.

CARACCIOLO BASCO, Mercedes y FOTI LAXALDE, María (2003). Economía Solidaria y Capital Social. Contribuciones al desarrollo local. Buenos Aires: Editorial Paidós.

DAHRENDORF, Ralf (1983). Oportunidades vitales. Madrid: Espasa-Calpe.

MAS HERRERA, María (2005). Desarrollo Endógeno. Cooperación y Competencia. Caracas: Editorial PANAPO.

MIRES, Fernando (1993). El Discurso de la Miseria o la Crisis de la Sociología en América Latina. Caracas: Editorial Nueva Sociedad.

PUTNAM, Robert (1994). Para Hacer que la Democracia Funcione. La experiencia italiana en descentralización administrativa. Caracas: Editorial Galac.

SILVA LIRA, Iván (2003). Metodología para la elaboración de estrategias de desarrollo local. Santiago de Chile: ILPES / Naciones Unidas.

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