Harriet Rubin
MAQUIAVELO PARA MUJERES. “CARTA DE LA MAQUIAVELA”
Barcelona,
Planeta, 1997, pp 13-35.
El texto que presenta Harriet Rubin constituye un
planteamiento genuina y auténticamente sugerente direccionado a la
explicitación de un conjunto de lineamientos o directrices de carácter
estratégico en virtud del cual las féminas conciban las relaciones de poder (y
toda la lógica que ello implica) como una condición “sine qua non” para el
logro de sus expectativas trazadas, que además sirvan como un instrumento para
su ascenso social, laboral, político o económico, así como también en cada uno
de los espacios que integran y en los que se desenvuelven cotidianamente.
De tal manera que, los diversos lineamientos, pautas,
esquemas y cánones desglosados por la autora, bajo una perspectiva similar a la
maquiaveliana –al menos eso es lo que pretende- tienen como razón de ser la
conquista del éxito meritorio para las mujeres mediante la aplicación metódica
y sistemática de lo que la autora denomina las “leyes de la princesa”.
En este sentido, el libro enfoca su atención fundamentalmente
en un aspecto básico y naturalmente político concerniente al fenómeno del poder
y a su ejercicio. Por ello, el mensaje de esta obra puede sintetizarse
simplemente en el planteamiento de que las mujeres no deben escatimar sus
esfuerzos dedicados a desarrollar todas aquellas actitudes, aptitudes y
comportamientos probos e idóneos para no sólo persuadir a los demás, sino
también para ejercer un influjo significativo sobre el comportamiento y
disposiciones de estos últimos. Así pues, Harriet Rubin destaca que “la clave
de la estrategia es comprender el poder de los contrarios” (p. 17); y,
partiendo de tal premisa, toda mujer con grandes anhelos de poder y triunfo debe
pensar y ejecutar sus acciones en el seno institucional u organizativo en el
que está inmersa.
Ahora bien, la “Carta
de la Maquiavela” trae a colación como punto neurálgico su necesaria
diferenciación con los acometidos y sugerencias plasmados en los escritos de
Nicolás Maquiavelo, indudable y magistralmente en “El Príncipe”, debido a que “[esta]
obra clásica (…) es famosa por su infamia. Aboga por el asesinato y la traición
y desdeña el amor. Es la biblia definitiva sobre el poder limitado. [Por
ello]
La princesa sigue el camino contrario” (p. 21). Aunque el argumento en que se
basa la autora, en torno a la obra de Maquiavelo, pueda ser calificado como
fútil e insustancial desde el punto de vista de la Teoría Política, lo que
resulta valioso es su intención de darle otro sentido al “modus operandi” que
las mujeres deben llevar a cabo, dejando a un lado lo violento y atroz, para lograr sus propósitos
satisfactoriamente, el éxito y la felicidad.
Por otra parte, un punto que debe tomarse en
consideración con mucho ahínco, y que sirve como complemento para esta obra, es
el del rol que han jugado las mujeres en diversas agrupaciones y movimientos sociales para
incidir o repercutir en los procesos decisorios en el ámbito de la esfera
pública, así como en la transformación de algunos mecanismos/procedimientos
institucionales y sobre la realidad social misma -cuya génesis, muy
específicamente, se dio en los Estados Unidos con las reivindicaciones del
movimiento feminista-; entre ellos: la abolición de la esclavitud, el
reconocimiento de determinados derechos políticos y civiles como el
empadronamiento para el voto y el sufragio, el movimiento anti-alcohol, la
revolución sexual, etc. Todo esto nos lleva a la conclusión, según la autora,
de que las mujeres sobresalen y se fortalecen mayormente en aquellas
circunstancias o contingencias regidas por el caos. Por ende, señala que “las
princesas saben que las oportunidades surgen en medio del caos. En las épocas
en las que reina una paz relativa, el truco consiste en crear el caos y
aprovecharlo” (p.24).
Entretanto, y relacionado con lo anterior, resulta oportuno
con respecto a los planteamientos de Rubin resaltar con meritoria seriedad y
rigurosidad (con fines estratégico-políticos), y muy especialmente a quienes
aspiran ejercer funciones de liderazgo, un paradigma que está muy en boga y
vigente en el campo de la Psicología Social: la resiliencia, que consiste en
que los actores individuales y colectivos deben adquirir y fortalecer ciertas
capacidades que les permita afrontar, eficiente y acertadamente, todas aquellas
circunstancias que les sean adversas; y que, en efecto, los hagan “salir
airosos” de todas aquellas vicisitudes que emerjan y así robustecer sus rasgos
de personalidad, que es lo que en parte caracteriza a un líder con capacidad
persuasiva e influyente.
En este orden de ideas, la autora elucida cuáles son las “leyes de la princesa” que deben ser
aplicadas para el logro de objetivos concretos en la cotidianeidad, alejándose -claro
está- de la reproducción de esquemas o marcos de acción estratégica con toque
machista (o misógino), orientados hacia la búsqueda, el ejercicio y el
fortalecimiento del poder, las cuales son:
1)
La princesa debe llegar a ser una mujer
que sepa combinar los contrarios: esto hace referencia a que debe actuarse
guiándose por criterios de solidaridad, franqueza, generosidad y amor sin
excluir la lucha o la confrontación (no violenta) como método imprescindible
para el logro de fines diversos. En razón de ello, la autora denota que “la
debilidad consiste en que no puedes amar y luchar al mismo tiempo (…) Los
grandes guerreros saben que feroz se
alía con cariñoso; que enfrentamiento se alía con paz; que valor se alía con
vulnerabilidad” (p.17).
2)
Las princesas viven sus vidas como
personas que tienen derecho a triunfar; es decir, que aceptan cualquier tipo
de situaciones conflictuales y agonísticas (de lucha competitiva); por
consiguiente, esta tendencia o inclinación a moverse sobre la base del
conflicto es lo que permite discernirlas del resto de las mujeres,
particularmente de las siguientes maneras:
2.1)
Desde el principio se distinguen de las
demás, ya que ponen de relieve expectativas y aspiraciones que en su
contexto son consideradas (colectivamente) como atípicas, descabelladas e
irrealizables por ir contracorriente del “statu
quo” o corrientes predominantes; no obstante, si sus discursos (con grandes
rasgos de emotividad y pasión) son bien fundamentados y dirigidos, con acciones
que los respalden, puede representar la clave del éxito en virtud del cual se
concrete una asunción de parte de determinados individuos y grupos sociales de
sus propósitos, proyectos e ideales. Un caso emblemático que presenta la autora
es el de Juana de Arco, que desde muy joven pretendía coadyuvar en la
liberación de Francia del dominio inglés. En términos psicoanalíticos “(…) las
mujeres fuertes, según Freud, parecen reservadas, misteriosas, lo que explica
la fascinación que ejercen sobre los demás” (pp.25-26).
2.2)
Jamás se consideran valientes: esta
distinción hace referencia, naturalmente, a que “las princesas piensan que no
hacen más que lo que se puede hacer. A veces, se saben listas, incluso únicas.
Pero no se consideran valientes” (p.26). Es decir, sus modos de actuar y
proceder están sustentados en que todas aquellas circunstancias percibidas como
difíciles, complicadas y adversas son profitables; convirtiendo, así pues, el
temor en motivo de orgullo –en palabras de la autora-.
2.3)
Tratan el destino como si fuese su mentor:
las princesas consideran que nacieron para lograr una proeza, contribuir con
algo de gran utilidad (y trascendencia) o simplemente para incidir
vigorosamente en las dinámicas o procesos de transformación de su entorno
social circundante. De igual modo, la autora deja ver la importancia que tiene
para las princesas aquellas manifestaciones intuitivas intrínsecamente
vinculadas con el establecimiento de sus
expectativas personales.
2.4)
Disfrutan con su vida emocional: Las
princesas no incurren a la visión equívoca de tratar lo racional como algo
totalmente opuesto a lo emocional/afectivo ni como dos aspectos del
comportamiento humano excluyentes entre sí. Todo lo contrario, tanto lo
racional como lo afectivo deben complementarse y nutrirse entre sí para que
pueda actuarse en procura de la consecución de propósitos, con una gran fuerza
motivacional. Por ello, las princesas “son extremas al expresar alegría, placer
o preocupación. Cuando se las lleva a una situación extrema, en lugar de
sentirse ultrajadas, hacen cosas insólitas” (p.28).
2.5) No creen que en la vida haya que elegir entre el
amor y el poder: esta premisa parte de la
afirmación que define al poder como una forma de amor y al amor como una forma
de poder; de manera que las princesas en el marco de sus relaciones de poder se
caracterizan por darle prioridad a la solidaridad y a la empatía hacia los
demás, y a cada uno de los aspectos de sus vidas. Aún cuando esto pueda
considerarse como hondamente idealista, toda mujer que anhele ser princesa debe
actuar sobre la base de la verdad, la honestidad y la sinceridad como arma, en
contraposición a los criterios expuestos por Sun Tzu o Maquiavelo que sugieren
mentir, engañar y desconcertar por razones de índole teleológico.
Asimismo, otro gran problema que se erige en este
particular, como un obstáculo, es el de actuar bajo impulsos o sed de venganza,
que ha hecho que grandes mujeres repitan los mismos esquemas (erróneos) reproducidos
por los líderes políticos más despiadados y autoritarios del mundo moderno. Un
ejemplo emblemático y fáctico de ello en América Latina puede verse reflejado
en Michelle Bachelet, quien alcanzando la presidencia de Chile no emprendió una
persecución a aquellos personajes de la
derecha de su país vinculados con el asesinato de su padre durante el
“pinochetismo”. ¡Toda una princesa!
3)
Cuando las princesas se liberan de sus temores,
automáticamente su presencia libera a los demás, tomando como referencia al
pensamiento de Nelson Mandela. Puede aducirse que el principal artífice de esta
“ley” o premisa fue Mahatma Gandhi, quien empleó una nueva estrategia, con el
objeto de cambiar siglos de dominio británico, fundamentándose en la
“Satyagraha” o la “Valiente Cobardía”, que se refería a un modo de combatir
diferenciado al de la lucha masculina que procuraba dejar insensibilizados a
algunos y convertir a otros en enemigos existenciales (de por vida).
A
MANERA DE REFLEXIÓN
Desde una perspectiva politológica, el planteamiento de
Harriet Rubin centrado en la reproducción de los esquemas, lineamientos y
criterios inherentes al modo de actuar que debe asumir una princesa, aún cuando
sea exacerbadamente idealista, puede considerarse oportuno y pertinente de
aplicar en la esfera política pública, con el propósito no de suprimir el
conflicto agonal (necesario y definitorio de la política) en las relaciones de poder, sino de atenuar o
mitigar todos aquellos modos de proceder atrozmente violentos o bestiales que
reducen lo político a un “pacto con el diablo” (desde la Sociología Weberiana)
en el que dadas las circunstancias es justificable, ya sea por “razón de
Estado” o por principios de “soberanía popular”, eliminar a los enemigos
públicos (decisionismo político de Carl Schmitt y Donoso Cortés).
De
tal manera que, puedan garantizarse las condiciones que propicien relaciones
sociales caracterizadas por la cooperación, la confianza y el respeto que, a su
vez, no generen tensiones/convulsiones en el seno del entramado institucional
del Estado que vulneren el funcionamiento de la democracia y sus respectivas
bases sociales expresadas en la “sociedad política” (partidos políticos) y en
la “sociedad civil” (ONG`s, movimientos sociales, MCS…).
Finalmente, puede
aducirse que poniéndose de manifiesto una prevalencia del arquetipo de la
princesa (tanto en hombres como mujeres, sin discriminación de ninguna
naturaleza) –psicológicamente hablando- pueden generarse las condiciones
requeridas para la concreción de un orden social estable que contribuya o
incida en unos mejores y óptimos niveles de gobernabilidad y, por ende, en una
mayor eficiencia, eficacia y efectividad de las políticas públicas tal como lo
demandan nuestras realidades societarias tan complejas.
Reseña elaborada como actividad evaluativa en la asignatura "Geopolítica de Venezuela" de la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de Los Andes, impartida por el profesor y paisano valerano MsC Juan Pedro Espinoza Aguaida.
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