sábado, 2 de abril de 2016

Harriet  Rubin
MAQUIAVELO PARA MUJERES. “CARTA DE LA MAQUIAVELA”
 Barcelona, Planeta, 1997, pp 13-35.
            El texto que presenta Harriet Rubin constituye un planteamiento genuina y auténticamente sugerente direccionado a la explicitación de un conjunto de lineamientos o directrices de carácter estratégico en virtud del cual las féminas conciban las relaciones de poder (y toda la lógica que ello implica) como una condición “sine qua non” para el logro de sus expectativas trazadas, que además sirvan como un instrumento para su ascenso social, laboral, político o económico, así como también en cada uno de los espacios que integran y en los que se desenvuelven cotidianamente.
            De tal manera que, los diversos lineamientos, pautas, esquemas y cánones desglosados por la autora, bajo una perspectiva similar a la maquiaveliana –al menos eso es lo que pretende- tienen como razón de ser la conquista del éxito meritorio para las mujeres mediante la aplicación metódica y sistemática de lo que la autora denomina las “leyes de la princesa”.
            En este sentido, el libro enfoca su atención fundamentalmente en un aspecto básico y naturalmente político concerniente al fenómeno del poder y a su ejercicio. Por ello, el mensaje de esta obra puede sintetizarse simplemente en el planteamiento de que las mujeres no deben escatimar sus esfuerzos dedicados a desarrollar todas aquellas actitudes, aptitudes y comportamientos probos e idóneos para no sólo persuadir a los demás, sino también para ejercer un influjo significativo sobre el comportamiento y disposiciones de estos últimos. Así pues, Harriet Rubin destaca que “la clave de la estrategia es comprender el poder de los contrarios” (p. 17); y, partiendo de tal premisa, toda mujer con grandes anhelos de poder y triunfo debe pensar y ejecutar sus acciones en el seno institucional u organizativo en el que está inmersa.  
            Ahora bien, la “Carta de la Maquiavela” trae a colación como punto neurálgico su necesaria diferenciación con los acometidos y sugerencias plasmados en los escritos de Nicolás Maquiavelo, indudable y magistralmente en “El Príncipe”, debido a que “[esta] obra clásica (…) es famosa por su infamia. Aboga por el asesinato y la traición y desdeña el amor. Es la biblia definitiva sobre el poder limitado. [Por ello] La princesa sigue el camino contrario” (p. 21). Aunque el argumento en que se basa la autora, en torno a la obra de Maquiavelo, pueda ser calificado como fútil e insustancial desde el punto de vista de la Teoría Política, lo que resulta valioso es su intención de darle otro sentido al “modus operandi” que las mujeres deben llevar a cabo, dejando a un lado lo violento y  atroz, para lograr sus propósitos satisfactoriamente, el éxito y la felicidad.
            Por otra parte, un punto que debe tomarse en consideración con mucho ahínco, y que sirve como complemento para esta obra, es el del rol que han jugado las mujeres en diversas  agrupaciones y movimientos sociales para incidir o repercutir en los procesos decisorios en el ámbito de la esfera pública, así como en la transformación de algunos mecanismos/procedimientos institucionales y sobre la realidad social misma -cuya génesis, muy específicamente, se dio en los Estados Unidos con las reivindicaciones del movimiento feminista-; entre ellos: la abolición de la esclavitud, el reconocimiento de determinados derechos políticos y civiles como el empadronamiento para el voto y el sufragio, el movimiento anti-alcohol, la revolución sexual, etc. Todo esto nos lleva a la conclusión, según la autora, de que las mujeres sobresalen y se fortalecen mayormente en aquellas circunstancias o contingencias regidas por el caos. Por ende, señala que “las princesas saben que las oportunidades surgen en medio del caos. En las épocas en las que reina una paz relativa, el truco consiste en crear el caos y aprovecharlo” (p.24).
            Entretanto, y relacionado con lo anterior, resulta oportuno con respecto a los planteamientos de Rubin resaltar con meritoria seriedad y rigurosidad (con fines estratégico-políticos), y muy especialmente a quienes aspiran ejercer funciones de liderazgo, un paradigma que está muy en boga y vigente en el campo de la Psicología Social: la resiliencia, que consiste en que los actores individuales y colectivos deben adquirir y fortalecer ciertas capacidades que les permita afrontar, eficiente y acertadamente, todas aquellas circunstancias que les sean adversas; y que, en efecto, los hagan “salir airosos” de todas aquellas vicisitudes que emerjan y así robustecer sus rasgos de personalidad, que es lo que en parte caracteriza a un líder con capacidad persuasiva e influyente.
            En este orden de ideas, la autora elucida cuáles son las “leyes de la princesa” que deben ser aplicadas para el logro de objetivos concretos en la cotidianeidad, alejándose -claro está- de la reproducción de esquemas o marcos de acción estratégica con toque machista (o misógino), orientados hacia la búsqueda, el ejercicio y el fortalecimiento del poder, las cuales son:
            1) La princesa debe llegar a ser una mujer que sepa combinar los contrarios: esto hace referencia a que debe actuarse guiándose por criterios de solidaridad, franqueza, generosidad y amor sin excluir la lucha o la confrontación (no violenta) como método imprescindible para el logro de fines diversos. En razón de ello, la autora denota que “la debilidad consiste en que no puedes amar y luchar al mismo tiempo (…) Los grandes  guerreros saben que feroz se alía con cariñoso; que enfrentamiento se alía con paz; que valor se alía con vulnerabilidad” (p.17).
            2) Las princesas viven sus vidas como personas que tienen derecho a triunfar; es decir, que aceptan cualquier tipo de situaciones conflictuales y agonísticas (de lucha competitiva); por consiguiente, esta tendencia o inclinación a moverse sobre la base del conflicto es lo que permite discernirlas del resto de las mujeres, particularmente de las siguientes maneras:
            2.1) Desde el principio se distinguen de las demás, ya que ponen de relieve expectativas y aspiraciones que en su contexto son consideradas (colectivamente) como atípicas, descabelladas e irrealizables por ir contracorriente del “statu quo” o corrientes predominantes; no obstante, si sus discursos (con grandes rasgos de emotividad y pasión) son bien fundamentados y dirigidos, con acciones que los respalden, puede representar la clave del éxito en virtud del cual se concrete una asunción de parte de determinados individuos y grupos sociales de sus propósitos, proyectos e ideales. Un caso emblemático que presenta la autora es el de Juana de Arco, que desde muy joven pretendía coadyuvar en la liberación de Francia del dominio inglés. En términos psicoanalíticos “(…) las mujeres fuertes, según Freud, parecen reservadas, misteriosas, lo que explica la fascinación que ejercen sobre los demás” (pp.25-26).   
            2.2) Jamás se consideran valientes: esta distinción hace referencia, naturalmente, a que “las princesas piensan que no hacen más que lo que se puede hacer. A veces, se saben listas, incluso únicas. Pero no se consideran valientes” (p.26). Es decir, sus modos de actuar y proceder están sustentados en que todas aquellas circunstancias percibidas como difíciles, complicadas y adversas son profitables; convirtiendo, así pues, el temor en motivo de orgullo –en palabras de la autora-.
            2.3) Tratan el destino como si fuese su mentor: las princesas consideran que nacieron para lograr una proeza, contribuir con algo de gran utilidad (y trascendencia) o simplemente para incidir vigorosamente en las dinámicas o procesos de transformación de su entorno social circundante. De igual modo, la autora deja ver la importancia que tiene para las princesas aquellas manifestaciones intuitivas intrínsecamente vinculadas con el establecimiento de  sus expectativas personales.
            2.4) Disfrutan con su vida emocional: Las princesas no incurren a la visión equívoca de tratar lo racional como algo totalmente opuesto a lo emocional/afectivo ni como dos aspectos del comportamiento humano excluyentes entre sí. Todo lo contrario, tanto lo racional como lo afectivo deben complementarse y nutrirse entre sí para que pueda actuarse en procura de la consecución de propósitos, con una gran fuerza motivacional. Por ello, las princesas “son extremas al expresar alegría, placer o preocupación. Cuando se las lleva a una situación extrema, en lugar de sentirse ultrajadas, hacen cosas insólitas” (p.28).
            2.5) No creen que en la vida haya que elegir entre el amor y el poder: esta premisa parte de la afirmación que define al poder como una forma de amor y al amor como una forma de poder; de manera que las princesas en el marco de sus relaciones de poder se caracterizan por darle prioridad a la solidaridad y a la empatía hacia los demás, y a cada uno de los aspectos de sus vidas. Aún cuando esto pueda considerarse como hondamente idealista, toda mujer que anhele ser princesa debe actuar sobre la base de la verdad, la honestidad y la sinceridad como arma, en contraposición a los criterios expuestos por Sun Tzu o Maquiavelo que sugieren mentir, engañar y desconcertar por razones de índole teleológico.
            Asimismo, otro gran problema que se erige en este particular, como un obstáculo, es el de actuar bajo impulsos o sed de venganza, que ha hecho que grandes mujeres repitan los mismos esquemas (erróneos) reproducidos por los líderes políticos más despiadados y autoritarios del mundo moderno. Un ejemplo emblemático y fáctico de ello en América Latina puede verse reflejado en Michelle Bachelet, quien alcanzando la presidencia de Chile no emprendió una persecución  a aquellos personajes de la derecha de su país vinculados con el asesinato de su padre durante el “pinochetismo”. ¡Toda una princesa!
            3) Cuando las princesas se liberan de sus temores, automáticamente su presencia libera a los demás, tomando como referencia al pensamiento de Nelson Mandela. Puede aducirse que el principal artífice de esta “ley” o premisa fue Mahatma Gandhi, quien empleó una nueva estrategia, con el objeto de cambiar siglos de dominio británico, fundamentándose en la “Satyagraha” o la “Valiente Cobardía”, que se refería a un modo de combatir diferenciado al de la lucha masculina que procuraba dejar insensibilizados a algunos y convertir a otros en enemigos existenciales (de por vida).
A MANERA DE REFLEXIÓN
            Desde una perspectiva politológica, el planteamiento de Harriet Rubin centrado en la reproducción de los esquemas, lineamientos y criterios inherentes al modo de actuar que debe asumir una princesa, aún cuando sea exacerbadamente idealista, puede considerarse oportuno y pertinente de aplicar en la esfera política pública, con el propósito no de suprimir el conflicto agonal (necesario y definitorio de la política)  en las relaciones de poder, sino de atenuar o mitigar todos aquellos modos de proceder atrozmente violentos o bestiales que reducen lo político a un “pacto con el diablo” (desde la Sociología Weberiana) en el que dadas las circunstancias es justificable, ya sea por “razón de Estado” o por principios de “soberanía popular”, eliminar a los enemigos públicos (decisionismo político de Carl Schmitt y Donoso Cortés).
            De tal manera que, puedan garantizarse las condiciones que propicien relaciones sociales caracterizadas por la cooperación, la confianza y el respeto que, a su vez, no generen tensiones/convulsiones en el seno del entramado institucional del Estado que vulneren el funcionamiento de la democracia y sus respectivas bases sociales expresadas en la “sociedad política” (partidos políticos) y en la “sociedad civil” (ONG`s, movimientos sociales, MCS…).
           Finalmente, puede aducirse que poniéndose de manifiesto una prevalencia del arquetipo de la princesa (tanto en hombres como mujeres, sin discriminación de ninguna naturaleza) –psicológicamente hablando- pueden generarse las condiciones requeridas para la concreción de un orden social estable que contribuya o incida en unos mejores y óptimos niveles de gobernabilidad y, por ende, en una mayor eficiencia, eficacia y efectividad de las políticas públicas tal como lo demandan nuestras realidades societarias tan complejas.


Reseña elaborada como actividad evaluativa en la asignatura "Geopolítica de Venezuela" de la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de Los Andes, impartida por el profesor y paisano valerano MsC Juan Pedro Espinoza Aguaida.

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