sábado, 29 de octubre de 2016

Algunas reflexiones en torno a la educación positiva derivadas de los conocimientos y tópicos tratados en el seminario doctoral sobre "La educación formativa. Elementos psicoeducativos del carácter desde la inteligencia emocional" en el Doctorado en Educación, Universidad de Los Andes (Trujillo-Venezuela)

Si tuviéramos que definir cuál es la ratio de la educación podríamos poner de manifiesto que ésta, concebida como una praxis social, está orientada hacia el moldeamiento caracterológico y el desarrollo óptimo e integral de la personalidad de los sujetos en virtud de lo cual puedan coadyuvar constantemente con la transformación del medio social en el que interactúan cotidianamente y sobre cada una de las facetas del humano ser: en lo cognoscitivo-racional y lo afectivo-pasional-emocional.

            Por lo tanto, la asunción de una concepción integral, compleja y holística en torno a la educación implica una apreciación del sujeto sobre la base de sus interrelaciones en los diversos campos[1] constitutivos de la estructura social: lo político, lo económico y lo cultural, configurando y tejiendo así un cúmulo de redes sociales, en función de una pluralidad de intereses y valores socialmente definidos por el status que detenta este (el sujeto) en un determinado contexto, dándole forma, así mismo, a sus modos de ser, pensar, actuar y sentir, los cuales responden, condicionan y son condicionadas por ciertas prácticas de poder y de dominación inescindibles del marco de la vida colectiva. Así pues, el concepto de educación está intrínsecamente vinculado con la categoría sociológica bourdieusiana de habitus, consistente en “(…) las disposiciones adquiridas, las maneras duraderas de ser o de hacer que encarnan a los cuerpos” (Bourdieu, 2008: 30).

            En este sentido, cabe considerar bajo esta lógica que la educación en tanto subsistema social comprende una conjunción de dispositivos institucionales, normativos y procedimentales tendientes a depositar y robustecer determinadas disposiciones duraderas en el sujeto, acerca de sí mismo y del entramado social en el que interviene, concretamente, en sus estructuras mentales. Motivo por el cual, en términos realistas, la educación alude a una estructura que produce y reproduce unas determinadas prácticas de dominación, sustentadas en criterios y cánones ideológicos, que responden a los intereses y los designios de las élites que dirigen los principales asuntos públicos de la sociedad en pos de legitimar un orden social estable y predominantemente consociativo. Desde una perspectiva sociológica, en el plano de la cultura política las instituciones educativas se centran en consolidar la legitimación de las estructuras, los procesos, los actores y los resultados derivados del régimen político en cuestión.

            No obstante, y considerando la relevancia de las consideraciones sociológicamente sustentadas, es menester plantear bajo una perspectiva reflexiva que la educación a nivel psicológico se dirige al desarrollo socio-personal del sujeto, priorizando conjuntamente lo inherente al carácter y a lo emocional, partiendo de la premisa según la cual la educación formativa eo ipso pretende la solidificación de las capacidades y fortalezas humanas. Es por ello que puede denotarse que la educación emocional y del carácter radica en

(…) la capacitación o potenciación de las fortalezas cognitivo-emocionales y competencias para la vida a fin de optimizar el desarrollo social y personal desde los escolares desde la infancia a la adolescencia. Se trata de un enfoque basado en la educación de emociones y sentimientos morales, el desarrollo de las fortalezas humanas, así como en la agencialidad y capacitación para el logro del desenvolvimiento óptimo e integral del individuo (Romero y Pereira, 2011: 71).

Siendo esto así, se concibe oportuno definir la educación positiva como manifestación orientada a la concreción plena y satisfactoria de los diversos rasgos de personalidad, resaltando que ésta “(…) promueve el desarrollo de competencias y disposiciones personales –competencias emocionales y fortalezas- que optimicen el bienestar psicológico y las fuerzas distintivas individuales” (Seligman, Ernst et al., citados por  Ibíd.: 72). De tal manera que esta conceptualización educativa abarca una visión integradora de la personalidad y su formación, mediante la educación emocional y la educación del carácter.

            En este orden de ideas, también se constituye como elemental traer a colación en esta dirección la pertinencia del enfoque del florecimiento humano, el cual “(…) hace referencia a las ideas de autorrealización, libertad positiva, desarrollo y actualización del potencial humano (…) [Vinculándose esto] a la noción aristotélica de felicidad o eudaimonía” (Ibíd.: 72). Por ende, la educación positiva es dilucidada como una filosofía educativa eudemónica que se centra en el autogobierno, el autodominio, la autoconciencia, la autoactualización la atenuación de lo colérico, lo instintivo y lo temperamental.

            En sí, la educación positiva valiéndose de un enfoque eudemónico debería poner énfasis en la idea basada en “el cuidado o la inquietud de sí” para incidir y controlar nuestras acciones sociales y, a su vez, repercutir en las conductas de los demás en función de una orientación moral que le atribuya un sentido superlativo a la debida dotación y el forjamiento de un carácter resiliente en el sujeto, en virtud del cual sea capaz de afrontar cualquier tipo de circunstancialidades, fundamentalmente aquellas que les son adversas, asumirlas sosegada y prudentemente y, en definitiva, superarlas efectivamente.

            Siguiendo el hilo argumentativo en torno a la resiliencia, es pertinente poner de relieve la siguiente dilucidación gardneriana, tomada de la teoría psicoanalítica: “Sigmund Freud había expresado que la clave de la salud era el conocimiento de sí mismo y la disposición para enfrentar los dolores y paradojas inevitables de la existencia humana” (Gardner citado por Bartolomei Torres, 2015: 27. Cursivas nuestras). 

            Asimismo, Michel Foucault (2005) da una elucidación en relación al cuidado de sí (epimeleia heautou), entendido este como un aspecto neurálgico o una conditio sine qua non para la educación formativa:



La epimeleia heautou es una actitud: con respecto a sí mismo, con respecto a los otros, con respecto al mundo.
 (…) es también una manera determinada de atención, de mirada. Preocuparse por sí mismo implica convertir la mirada y llevarla (…) desde el exterior, los otros, el mundo, etcétera, hacia «uno mismo» (…)
La epimeleia también designa, siempre, una serie de acciones (…) que uno ejerce sobre sí mismo, acciones por las cuales se hace cargo de sí mismo, se modifica, se purifica y se transforma y se transfigura (p. 26).
 
              Por otra parte, la formación y el forjamiento de un carácter virtuoso propugnado por la educación positiva, en términos de orientación, pretende además de proporcionar determinadas destrezas y habilidades intelectuales, tomar en consideración todos aquellos componentes de índole afectivo, emotivo y pasional que definen el carácter sensible de los seres humanos, a partir de los cuales estos (re)construyen, comprenden e interpretan el mundo de la vida social, para así ir progresivamente satisfaciendo necesidades más cónsonas con la autorrealización personal, sin ningún tipo de perturbaciones a la satisfacción de las necesidades más primigenias; cuyas carestías de medios para garantizarlas repercutiría en la frustración, el malestar y la aflicción de los sujetos impidiendo, por parte de estos, el cultivo, la asimilación y la habituación de determinados comportamientos y formas de desenvolverse en la cotidianidad. 

            Ahora bien, en el ámbito de los procesos de enseñanza-aprendizaje no se maneja un concepto unívoco e inequívoco en relación a la inteligencia, sino que puede definirse como diversas expresiones actitudinales, aptitudinales y comportamentales en aras de la resolución de determinados problemas individuales o colectivos, poniéndose patente ya sean elementos cognoscitivos, emocionales, o de ambos. 

            Por tal razón, Howard Gardner (1993) dilucida sistemáticamente las diversas categorizaciones que conforman las «inteligencias múltiples», que trascienden la noción según la cual todo conocimiento proporcionado por instancias educativas escolarizadas debe girar en torno al mecanicismo memorístico, vinculado con el manejo de componentes gramaticales de la lengua, operaciones lógico-matemáticas, así como diversos constructos de las ciencias naturales y las ciencias sociales. Cuestionándose de tal manera los rígidos y cuadrados criterios a través de los cuales se mide el Coeficiente Intelectual que, per se, resulta inadecuado para ponderar el carácter y las aptitudes de los sujetos.

            Concatenado con lo anterior, desde una perspectiva analítica resulta pertinente argüir que en el plano de las dinámicas psico-sociales es imprescindible considerar y fortalecer tanto las relaciones intrapersonales, como las interpersonales y las transpersonales. Así, el primer tipo de relaciones se centra en “(…)  la capacidad de formarse un modelo ajustado, verídico de uno mismo y de ser capaz de usar este modelo para desenvolverse eficazmente en la vida” (Ibíd: 26-27); por otra parte, las relaciones interpersonales consisten en “ (…) la capacidad de entender a las otras personas: lo que les motiva, cómo trabajan y cómo trabajar con ellos de forma cooperativa” (Ibíd.: 26); y, por último, las relaciones transpersonales aluden a la forma en la cual los sujetos se vinculan y conciben lo ecológico y a todas aquellas manifestaciones de la trascendencia que marcan una paridad oposicional entre lo sagrado y lo profano, mediante rituales y prácticas institucionalizadas. 

            En definitiva, la sucinta exposición de todos estos elementos, conceptualizaciones, constructos, enfoques y categorías, relievan la condición de complementariedad de la sustentación teórica de la inteligencia emocional que para Anthony Giddens (2006) versa en “(…) la forma que tenemos de utilizar las emociones, es decir, la capacidad de motivarnos, controlarnos, entusiasmarnos y persistir” (p. 679), cuyas características, en términos generales, obviamente no son hereditarias sino más bien transmisibles y reproducibles culturalmente por medio del hábito y la enseñanza de los niños con el objeto de que estos puedan desarrollar ciertos dotes intelectuales en su dinámica socio-psico-evolutiva. Y, finalmente, todo ello tendría como objetivo contribuir con el mejoramiento de las relaciones con uno, con los otros y con lo otro –como lo aduce el psicólogo social Pichon-Riviere-.


FUENTES BIBLIO-HEMEROGRÁFICAS CONSULTADAS

BARTOLOMEI TORRES, Pierette (2015). Aplicación e Impacto de las   Inteligencias Múltiples en la Enseñanza de las Lenguas Extranjeras  [Trabajo final inédito presentado en el Máster en Intervención   Psicopedagógica]. Granada, España: Facultad de Educación, Universidad de Granada.

BOURDIEU, Pierre (2008). Cuestiones de Sociología. Segunda edición. Madrid:       Ediciones Istmo, S.A.

FOUCAULT, Michel (2005). La Hermenéutica del Sujeto. Madrid: Ediciones Akal.

GARDNER, Howard (1983). Frames of mind. New York: Basic Books.

GARDNER, Howard (1993). Inteligencias múltiples. Barcelona, España: Editorial      Paidós.

GIDDENS, Anthony (2006). Sociología. Quinta edición. Madrid: Alianza Editorial.

ROMERO PÉREZ, Clara y PEREIRA DOMINGUEZ, Carmen (2011). “El Enfoque Positivo de la Educación: Aportaciones al Desarrollo Humano” en Teoría Educativa.Revista Interuniversitaria, vol. 23°, n° 2.Salamanca, España. Ediciones de la Universidad de Salamanca. Pp.69-89.

SELIGMAN, Martin; ERNST, Randal. Et al. (2009) “Positive education: positive psychology and classroom interventions” en Oxford Review of  Education, vol.35°, n° 3. Pp. 293-311. 

NOTAS 

[1] Pierre Bourdieu (2008) define al campo como “(…) un universo en el que las características de los productores están definidas por su posición en las relaciones de producción, por el lugar que ocupan en un determinado espacio de relaciones objetivas “(p. 82). 

Elaborado por el politólogo Rohmer Samuel Rivera Moreno en Valera, 29 de octubre de 2016.

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