lunes, 1 de marzo de 2021



INTRODUCCIÓN

A guisa de exordio es fundamental resaltar que ninguna conceptualización en torno al patrimonio cultural debe fundamentarse en una visión unívoca, estática y universalista, habida cuenta de que cada grupo social, en función de sus capacidades de apropiación del capital cultural (que están determinadas por una escala económica y educacional, de acuerdo con la teoría de la reproducción cultural), constituye y moldea sus rasgos peculiares de distinción, los cuales dan cuenta acerca de sus patrones de consumo de determinados bienes culturales, poniéndose de relieve así la condición de heterogeneidad y desigualdad en lo atinente a la apropiación de los bienes en el campo cultural y simbólico (Prats, 1996; Bourdieu, 1998; Bourdieu, 2000).  Por ello, el patrimonio cultural, en tanto correlato de la memoria histórica, alude al acervo de bienes tangibles e intangibles socialmente transmisible intergeneracionalmente, de los que se vale una determinada colectividad para afrontar determinados problemas, proyectar sus aspiraciones y metas, así como también crearse y recrearse en conformidad con las particularidades contextuales en las que se halla inmersa (Bonfil Batalla, 1997; Molina, 2007).

            Entretanto, el esbozo del patrimonio cultural y natural, su tipología y formas de preservación se concibe pertinente para que haya un mejor manejo de los asuntos inherentes a la gestión cultural, en razón de la cual resulte factible un diseño de políticas públicas tendientes a la preservación y resguardo de todos aquellos bienes simbólicos y materiales que cimientan la conciencia colectiva de los grupos sociales, pues tal condición garantiza la cohesión y la integración de los más diversos actores y sectores de la sociedad (Durkheim, 1985). En sí, la salvaguarda de este patrimonio es una conditio sine qua non para afianzar el legado cultural e histórico-social de las generaciones pretéritas y transformarlo en función de nuestras necesidades. 

 

PATRIMONIO CULTURAL Y PATRIMONIO NATURAL: CONCEPTOS Y TIPOLOGÍAS

El patrimonio cultural puede definirse como el conjunto de bienes, prácticas y mentalidades colectivas en el que se fundamenta la solidaridad orgánica o mecánica (en términos sociológico-durkheimianos) de una sociedad determinada, a partir de ciertos rasgos identitarios que pautan el sentido de pertenencia de sus miembros, por medio de los cuales se rige la acción social fundante de la vida cotidiana. Así pues, el patrimonio constituye el acervo cultural, social e históricamente construido por determinados sectores de la sociedad, para atribuirles sentido y conferirles legitimidad a ciertas representaciones colectivas que estructuran, organizan y simbolizan la vida social (García Canclini, 1999).

En este sentido, el patrimonio cultural se clasifica en: a) patrimonio tangible mueble, referido al conjunto de objetos, recursos y artefactos históricos, artísticos, tecnológicos, religiosos, etnográficos y arqueológicos que resultan relevantes en tanto simbolizan la vida social y cristalizan la identidad cultural de un grupo humano determinado (verbi gratia: obras de arte, libros, manuscritos, fotografías, artesanías, etc.); b) patrimonio tangible inmueble, alusivo al cúmulo de lugares, edificaciones o monumentos de significación para la convivialidad y que son reconocidos como relevantes en distintos órdenes tales como: el científico, el tecnológico, el arqueológico, el etnológico, el histórico, el educativo, entre otros (verbi gratia: sitios arqueológicos e históricos, paisajes culturales, conjuntos arquitectónicos, etc.); c) patrimonio intangible, definido como el conjunto de sistemas de creencias, saberes, hábitos, rasgos afectivos, costumbres y puntos de vista de las gentes, que confieren de sentido a un entorno social dado (Herskovits,1952), destacándose el lenguaje, los cultos religiosos, la música, la costumbre, los mitos, entre otros.

            Por otra parte, el patrimonio natural puede definirse como el conjunto de elementos, recursos y paisajes que integran la flora y la fauna de un determinado ecosistema; patrimonio que resulta relevante para la significación y resignificación de los vínculos afectivos de los individuos en relación con su territorio. En fin, este patrimonio está constituido por los monumentos naturales, los parques nacionales, las reservas de la biósfera, entre otras formaciones físicas y biológicas, y geológicas y fisiográficas de valor nacional o internacional excepcional (UNESCO, 2014).

 

BIENES CULTURALES: REQUISITOS PARA SER DECLARADOS COMO PATRIMONIO CULTURAL DE LA HUMANIDAD

Los bienes culturales pueden conceptualizarse como “las formas culturales tangibles o intangibles que cada sociedad ha creado, transformado, reutilizado, y también las que está creando en una época determinada” (Vargas-Arenas y Sanoja, 2013: 111). Estos bienes (formas de comportamiento, lengua, utensilios, edificaciones, sistemas de creencias, culinaria, espacios vividos…) para ser declarados como patrimonio cultural de la humanidad deben ser únicos, irremplazables y auténticos; y aunado a ello, deben representar una obra maestra de la creación humana, dar testimonio de intercambio de influencias en un área cultural y periodo determinado, proporcionar un testimonio excepcional en torno a una tradición cultural, representar un estilo de construcción o paisaje característico de un periodo significativo de la historia de la humanidad, constituir un diáfano ejemplo de establecimiento humano representativo de una cultura, y, finalmente, estar relacionado con creencias, tradiciones vivientes u obras extraordinarias (López, 2002).

 

PRESERVACIÓN DE LOS PATRIMONIOS CULTURALES Y NATURALES

Con respecto a la preservación de los patrimonios culturales y naturales, se concibe pertinente traer a colación que existen tres tipos de actitudes frente al patrimonio, a saber: a) de activismo social, en el cual los agentes involucrados se incardinan en los procesos de toma de decisiones políticas respecto de la cuestión cultural, participando palmariamente en su resguardo, salvaguarda y custodia, lo cual pone de relieve un marcado sentido de pertenencia con relación a su entorno social y natural, intrínsecamente relacionado con una actitud de empoderamiento; b) de desafección hacia lo público, lo cual se expresa a través de sentimientos de apatía, desinterés y desapego con respecto a las condiciones de los bienes culturales y naturales de su entorno social circundante; y, finalmente, c) de una actitud intermedia entre el activismo social y el desapego hacia lo público, consistente en un compromiso desprovisto de participación social efectiva o, expresado en otros términos, de compromiso verbal que no se sustancia en praxis social (Clarac, 1992).

Siendo esto así, para la preservación de los patrimonios culturales y naturales es menester coadyuvar con la generación de disposiciones actitudinales y comportamentales marcadas por un sentido de pertenencia respecto de los elementos materiales y simbólicos definitorios de la cultura de los grupos sociales de pertenencia, desde una pedagogía cívico-democrática, que propicie y suscite una concienciación antropológica y ecológica en torno a las relaciones sociales en los diversos ámbitos de la acción comunicativa (Leff, 2004; Habermas, 2002). Por ende, para la preservación y la salvaguarda de los patrimonios públicos y naturales es neurálgico que se afiancen vínculos de capital social que permitan la sinergia entre el Estado, el mercado y la sociedad civil, bajo los preceptos paradigmáticos de la Nueva Gobernanza (Aguilar, 2010), para tomar decisiones en materia de política cultural que privilegien el interés general o el bien común.

En términos reflexivos, ello pudiese materializarse mediante la práctica de una pedagogía de la sensibilidad centrada en las necesidades e intereses del sujeto en función de lo patémico (Hernández Carmona, 2014; Greimas y Fontanille, 2002), que propenda a la formación de un sujeto cívico-educativo sobre la base de un forjamiento caracterológico biófilo y ecosófico, en virtud del cual éste pueda lograr conocerse, reconocerse y cuidarse a sí mismo en su talidad a través del reconocimiento del otro (lo intersubjetivo y sus socialidades derivadas) y de lo otro (el espacio físico-natural donde se desarrolla la vida, es decir, lo ecosistémico, en el que se alojan los patrimonios culturales y naturales) en su alteridad irreductible (Fromm, 1964; Guattari, 1996; Gabilondo, 2009).  Lo clave respecto de la preservación, el cuidado y la revalorización de los patrimonios culturales y naturales, no puede ceñirse a la mera contemplación jurídico-positiva de determinados cánones, preceptos y máximas en materia cultural y medioambiental, a través de la Constitución y las leyes, sino considerando que su observancia sólo resultaría viable a través de una cultura cívica debidamente asimilada y practicada (González, 2007). Y dicha cultura cívica, en el marco de la conservación de los bienes culturales, debe mostrar a los hombres las raíces de la vida social, así como sus peculiaridades culturales, estimulándolos para la acción transformadora (Vargas-Arenas y Sanoja, 2013).

Lo cual es factible mediante una educación para el desarrollo sostenible que vaya más allá de los esquemas bancario-digestivos de la pedagogía performativa (Freire, 2008), en virtud de la cual el sujeto vincule su trasfondo experiencial-vivencial con las condiciones socioculturales, políticas, económicas y ecológicas de su entorno. Es decir, una pedagogía que facilite el aprendizaje significativo sobre lo cultural (Ausubel et al., 1983).

 

A GUISA DE CONCLUSIÓN

Desde una perspectiva crítica, es fundamental reflexionar en torno a las transmutaciones de las socialidades que rigen al mundo-de-la-vida, caracterizado recientemente por las inexorables hibridaciones que se acentúan a escala mundial en los diversos grupos humanos, sobre todo en un mundo social que se ha gestado como una aldea global cada vez más interconectada e interdependiente, pues el patrimonio cultural no puede ser abordado como una entelequia o un corpus petrificado que responde a una lógica de lo nacional, mientras circulan semiosis propias de una sociedad post-internacional, donde lo sustancial gira en torno a la transnacionalización (García Canclini, 1990; McLuhan y Powers, 1995; Beck, 1998). Por tal motivo, el patrimonio cultural constituye una problemática de interés general que demanda consigo la participación de la multiplicidad de actores sociales a través de formas de participación ciudadana cimentadas en el paradigma de la Nueva Gobernanza, en el que se dé cabida a la sinergia entre el Estado, el mercado y la sociedad civil (Aguilar, 2010).

En este sentido, en un contexto posmoderno, es menester redefinir críticamente al patrimonio cultural y sus usos sociales tomando en consideración las instancias semióticas emergentes en el ámbito de la industria cultural, sobre todo en una civilización del espectáculo, habida cuenta de que el diseño de políticas culturales ha de apegarse a constantes esfuerzos de resemantización de las prácticas sociales en un clima pautado por las dinámicas de la glocalización (García Canclini, 1999; Horkheimer y Adorno, 1998; Vargas Llosa, 2012). Por lo cual, en definitiva, es vital incluir las particularidades étnicas y simbólicas de las diversas culturas en función de una ecología de saberes (De Sousa, 2012) que propicie una educación intercultural cimentada en una democracia efectiva, cuya ratio essendi sea el reconocimiento del otro en todo su esplendor. 

 

FUENTES BIBLIOHEMEROGRÁFICAS CONSULTADAS

AGUILAR VILLANUEVA, Luis (2010). Gobernanza: El nuevo proceso de gobernar. México D.F: Fundación Friedrich Naumann para la Libertad.

AUSUBEL, D., NOVAK, J. y HANESIAN, H. (1983). Psicología educativa. Un punto de vista cognitivo. Segunda edición. México D.F: Editorial Trillas.

BECK, U. (1998). ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica.

BONFIL BATALLA, G. (1997). “Nuestro patrimonio cultural: una laberinto de significados”, en FLORESCANO, E. (Coord.). El patrimonio cultural de México. México D.F: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes / Fondo de Cultura Económica.

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DE SOUSA SANTOS, B. (2012). De las dualidades a las ecologías. La Paz: Red Boliviana de Mujeres Transformando la Economía (REMTE).

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GONZÁLEZ, H. (2007). “Preservación y conservación del Patrimonio Cultural. ¿Tarea de quién?”, en Presente y Pasado. Revista de Historia, (23). Mérida, Venezuela: Universidad de Los Andes. Pp. 127-138.

GREIMAS, A. y FONTANILLE, J. (2002). Semiótica de las pasiones. De los estados de cosas a los estados de ánimo. Segunda edición. México D.F: Siglo Veintiuno Editores.

GUATTARI, F. (1996). Caosmosis. Buenos Aires: Manantial.

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VARGAS-ARENAS, I. y SANOJA, M. (2013). Historia, identidad y poder. Segunda edición. Caracas: Editorial Galac.

VARGAS LLOSA, M. (2012). La civilización del espectáculo. Madrid: Alfaguara.

 

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