sábado, 27 de febrero de 2021

 


A guisa de exordio es menester destacar que para el abordaje del comportamiento humano, bajo una perspectiva compleja, holística y gestáltica (Morin, 2000; Martínez, 1996), resulta neurálgico concebir que el hombre constituye un ser social (o un zoon politikón en términos aristotélicos) que construye simbólicamente la realidad que le circunda sobre la base de unas relaciones de significación y sentido fundantes de su trasfondo experiencial-vivencial, el cual se halla condicionado por factores estructurales, funcionales, interaccionales e ideacionales -referido a los elementos inherentes al imaginario colectivo, los arquetipos y las representaciones sociales- (Sorokin, 1960; Berger y Luckmann, 1968). Así, lo clave consiste en comprender al hombre como un animal simbólico que construye su realidad social en un sentido fenomenológico, y que es condicionado por las dinámicas consustanciales a la estructura social (Cassirer, 1968; Giddens, 1995). Lo cual demanda consigo la dilucidación de los aspectos multidimensionales del comportamiento humano en función de fundamentaciones epistémicas de carácter inter/multi/transdisciplinario, en virtud de las cuales pueda comprenderse la totalidad social en concordancia con la configuración de sus diversos órdenes constitutivos. 

En este sentido, y en el marco de la gestación de las corrientes contemporáneas de las ciencias sociales, es conveniente destacar el influjo del paradigma positivista, ideado por Augusto Comte con base en la influencia pretérita de Saint-Simon, en la constitución de la moderna sociología, cuya ratio essendi giraba en torno a la conformación de una disciplina científica que, recurriendo a las particularidades epistemológicas y metodológicas de las ciencias físico-naturales, fuese capaz de abarcar los diversos fenómenos sociales en pos de predecirlos y controlarlos, para así coadyuvar con la construcción de una estructura social sustentada en el orden y el progreso –su sustrato político palmario- (Giner, 2001; Morrison, 2010; Don Martindale, 1971).

Bajo tal apreciación surge la perspectiva funcionalista, cuyo principal referente, Bronislaw Mallinowski, no sólo toma como basamento la influencia comteana, sino también la organicista de Herbert Spencer, para quien “la sociedad es un superorganismo nacido de la combinación de organismos individuales” (Timasheff, 1963: 61); en la cual se asume como imperativo garantizar la cohesión y la estabilidad sociales sobre la base de la contribución de cada una de sus partes (Macionis y Plummer, 2007). Por ello, el quid del funcionalismo no es más que explicitar “el funcionamiento de la estructura social” (Radcliffe-Brown citado por Rex, 1968: 84), con base en cuatro imperativos funcionales: “adaptación al entorno, realización de los objetivos, integración, coherencia y reducción de las tensiones” (Berthelot, 2003: 81). De igual manera, en el marco de la perspectiva funcionalista también se le da cabida a la teoría de los roles, según la cual: “La totalidad de la vida social puede ser interpretada como el desempeño de un rol, con la actuación simultánea de todos los individuos” (Coulson y Riddell, 1976: 39).

Complementariamente, de acuerdo con Talcott Parsons (1966), para el abordaje del sistema social es cardinal el análisis y la comprensión de sus subsistemas constitutivos, es decir, lo político definido en conformidad con la asignación autoritativa de valores que persiguen la observancia de las normas institucionalizadas jurídicamente (Easton, 1969); lo económico, concerniente a los procesos de producción, distribución y consumo de bienes y servicios; lo cultural, signado por los sistemas de creencias, valores y conocimientos compartidos por determinadas colectividades, que rigen los esquemas de acción social; y lo psíquico, signado por los rasgos de personalidad de los actores que se hallan inmersos en las dinámicas de producción y reproducción de la sociedad (Rocher, 1973). Este enfoque, asimismo, incorpora la dilucidación de las funciones manifiestas, aquéllas hacia las cuales se orienta explícitamente la acción social; las funciones latentes, aquéllas por las cuales tienden, de forma inintencional y no explícita, las diversas formas de interacción social y, finalmente, las disfunciones, aquellas dinámicas que aminoran la adaptación consustancial los designios del sistema con base en los roles de cada orden social (Merton, 1964).

Así, pues, el sustrato epistemológico del funcionalismo es la lógica estructuralista, cuyo principal referente sociológico lo encarna Émile Durkheim (1982), el cual se centra en los aspectos externos del comportamiento humano, en tanto en cuanto lo sustancial gravita en torno a los hechos sociales y a su existencia independientemente de la voluntad del sujeto, pues éstos se definen como diversas maneras de ser, pensar, actuar y sentir que son externas al individuo y que ejercen una coerción sobre él; por lo tanto, estos hechos requieren ser abordados como cosas (tal como se efectúa en el plano de las denominadas “ciencias duras”). De igual manera, es sociológicamente pertinente considerar que el abordaje estructural funcional durkheimiano arguye que la particularidad de la sociedad se pone de relieve en una conciencia colectiva que puede resumirse en la premisa según la cual “todo procede de la cooperación y de la comunión” (Bastide, 1961: 21).

En contraposición a este enfoque externalista, se destaca la perspectiva de la acción de Max Weber, cuyo centro es la comprensión empática (verstehen) de las acciones de los individuos en un contexto determinado; posición que ha sido resignificada por el interaccionismo simbólico (Mead, Goffman, Blumer, Blau), focalizado en las relaciones sociales en las que se sustenta la vida cotidiana, la cual es transversalizada por formas de comunicación tanto verbal como no verbal (Giddens, 2006). Asimismo, otro enfoque en el cual se ha nutrido el paradigma de la acción corresponde a la etnometodología (Garfinkel), el cual “toma al lenguaje como interés central y al sujeto social como protagonista de su objeto de estudio” (Solé, 1988: 18); la particularidad del enfoque etnometodológico es que desdeña cabalmente de los factores macrosociales que configuran la realidad.

Por su parte, para el abordaje del capitalismo surgen teorías como las del conflicto, cuyo epítome lo representa diáfanamente el marxismo que, desde el materialismo histórico apoyado en la dialéctica, aborda las relaciones de desigualdad social derivadas de un modelo de desarrollo supeditado a una lógica cuyo metabolismo se reproduce social y culturalmente a través del afianzamiento de la plusvalía, así como también de la alienación suscitada por el despliegue de unos dispositivos ideológicos orientados a la legitimación del statu quo (Giddens, 1994; Althusser, 1988). Lo singular de la perspectiva marxiana estriba en su propensión economicista, que dirige su atención grosso modo a las relaciones sociales en las que se sustentan los diversos modos de producción, sobre todo focalizándose en la lucha de clases que se genera en todo contexto sociohistórico, en función de las particularidades de la estructura y la superestructura de la sociedad, donde la segunda se encarga de reproducir cultural y políticamente determinados esquemas ideológicos tendientes a la legitimación (construcción hegemónica en términos gramscianos) del orden establecido por lo estructural (las relaciones de producción imperantes).

Con respecto al discurso marxista, es menester no perder de vista que se basa en una óptica estructural, por cuanto se arguye que: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino más bien bajo circunstancias directamente encontradas, dadas y transmitidas desde el pasado” (Marx citado por Light et al., 1991: 18). Sin embargo, es incuestionable que, desde este punto de vista, resulta medular edificar unas ciencias sociales políticamente comprometidas que desmitifiquen el criterio concerniente a la neutralidad axiológica de la sociología (sobre todo la propugnada por el afán cientificista del paradigma positivista), ya que resulta asaz importante superar las interpretaciones del mundo social, para así transformarlo a través de la praxis; es decir, la teoría aplicada en aras de la acción revolucionaria.

Siendo esto así, lo conflictual resulta inexorable por cuanto surge de las pugnacidades causadas por valores, expectativas, necesidades e intereses disímiles entre sí. Breve y sumariamente, todos estos enfoques teórico-metodológicos en su conjunto constituyen expresiones de la Modernidad, cuya racionalidad puede definirse con base en unos criterios que tienen como finalidad la solidificación de un orden social cimentado en el progreso, en el que lo central versa en la consolidación de actitudes que le permitan al sujeto valerse de su propio entendimiento. No obstante, tal como se sostiene desde la Escuela de Frankfurt (Adorno, Marcuse, Horkheimer, Habermas y Honneth), para la sustanciación de ese propósito es vital propalar las lógicas de dominación emanadas de las élites del poder, con miras a constituir una racionalidad emancipatoria que coadyuve con el resquebrajamiento de las diversas formas de racionalidad técnico-instrumental reificantes de lo humano (Marcuse, 1980; Adorno, 1991; Lanz, 2016).

A partir de tales críticas a la Modernidad (Morin, 2000), surgen las discursividades posmodernistas, que aducen el fin de las metanarrativas con pretensiones universalistas y omniabarcativas de lo social, habida cuenta de que el contexto global actual está signado por el desarraigo ideológico y la fragilidad vincular (Lyotard, 1994; Heller, 1977). Sobre todo, dichas tendencias posmodernas se han fraguado en el marco de la emergencia de sociedades post-industriales regidas por la producción de conocimientos como forma de dominación social moldeada no sólo por lo mass-mediático, sino primordialmente por los avances tecnológicos en el campo de la informática (Solé, 1988).

Y dicho sea de paso, la consolidación de las sociedades post-industriales se halla intrínsecamente relacionada con el posicionamiento de valores post-materialistas que van más allá de las demandas sociales más elementales en lo atinente al consumo de determinados bienes y servicios, pues lo más relevante gravita en torno al reconocimiento y la garantía de un conjunto de derechos a problemáticas y sectores sociales otrora marginados de la agenda pública –verbi gratia la constitución de movimientos ecologistas, animalistas, sexodiversos, entre otros-, a través de formas no convencionales de participación política, generadas en un contexto pautado por “un giro cultural institucional posmoderno por el que se da cada vez más importancia cultural a la autonomía individual y una tendencia hacia la descentralización, la mercantilización y el establecimiento de instituciones menos jerárquicas” (Inglehart, 1997: 414). Bajo la lógica de la posmodernización, han surgido nuevas formas de participación que responden a la lógica subpolítica (Bauman, 2001), en la cual se genera un desplazamiento de las instituciones tradicionales de la democracia representativa (el Estado y fundamentalmente los partidos políticos) por movimientos sociales que exigen la horizontalización en el ejercicio del poder atinente a los procesos de toma de decisiones en el seno de las agencias gubernativas.

Debido a tal variedad de enfoques y temáticas, se concibe epistemológicamente fundamental en las ciencias sociales contemporáneas, in nuce, promover un pluralismo cognoscitivo que se erija en un corpus de saberes multiparadigmáticos cuyas lógicas de sentido se sustenten en la articulación de perspectivas basadas en los hechos sociales (Durkheim), la acción social (Weber, el interaccionismo simbólico, la etnometodología) y la conducta social (Skinner, Easton…), como formas de abordar lo humano a partir del refinamiento del sentido común, en pos de trascender y superar lo dado; es decir, desfamiliarizando lo natural (Ritzer, 2012; Bauman, 1994; Wright Mills, 1997; Beltrán, 2003).

Finalmente, sólo a partir del forjamiento de un pensamiento crítico, que propugne una concienciación sociológica, es viable la comprensión de los motivos, los factores, las condiciones y condicionantes sociales del comportamiento humano en función de la dialéctica estructura-acción, y resaltando la imperiosa necesidad de concatenar e integrar los enfoques «emic» y «etic» en torno a lo sociocultural (Harris, 1996), puesto que en el marco de la ecología de saberes (de Sousa, 2012) no sólo resulta relevante la perspectiva del investigador, sino también los referentes cognitivos, los valores culturales y los patrones de acción social de los actores que constituyen una realidad determinada. En suma: las ciencias sociales, en términos generales, sólo se orientan a la ampliación de la explicación, interpretación y comprensión de la conducta humana en sus multiples ámbitos o facetas.

 

FUENTES CONSULTADAS

ADORNO, T. (1991). Actualidad de la filosofía. Barcelona, España: Editorial Paidós

ALTHUSSER, L. (1988). Ideología y aparatos ideológicos de Estado. Freud y Lacan. Buenos Aires: Nueva Visión.

BASTIDE, R. (1961). Sociología y psicoanálisis. Buenos Aires: Compañía General Fabril Editora.

BAUMAN, Z. (1994). Pensando sociológicamente. Buenos Aires: Nueva Visión.

BAUMAN, Z. (2001). En busca de la política. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

BELTRÁN, M. (2003). La realidad social. Segunda edición. Madrid: Editorial Tecnos.

BERGER, P. y LUCKMANN, T. (1968). La construcción social de la realidad. Buenos Aires: Amorrortu editores.

BERTHELOT, J-M. (2003). La construcción de la sociología. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.

CASSIRER, Ernst (1968). Antropología filosófica. Introducción a una filosofía de la cultura. Quinta edición. México D.F: Fondo de Cultura Económica.

COULSON, M. y RIDDELL, D. (1976). Aproximación a la sociología. Barcelona, España: Editorial Laia.

DE SOUSA SANTOS, B. (2012). De las dualidades a las ecologías. La Paz: Red Boliviana de Mujeres Transformando la Economía (REMTE).

DON MARTINDALE (1971). La teoría sociológica: Naturaleza y escuelas. Madrid: Aguilar.

DURKHEIM, É. (1982). Las reglas del método sociológico. Barcelona, España: Ediciones  Orbis.

EASTON, D. (1969). Esquema para el análisis político. Buenos Aires: Amorrortu editores.

GIDDENS, A. (1994). El capitalismo y la moderna teoría social. Segunda edición. Barcelona, España: Editorial Labor.

GIDDENS, A. (2006). Sociología. Quinta edición. Madrid: Alianza Editorial.

GINER, S. (2001). Teoría sociológica clásica. Barcelona, España: Editorial Ariel.

HARRIS, M. (1996). El desarrollo de la teoría antropológica. Historia de las teorías de la cultura. Decimosegunda edición. México D.F: Siglo Veintiuno Editores.

HELLER, A. (1977). Sociología de la vida cotidiana. Barcelona, España: Península.

INGLEHART, R. (1997). Modernización y posmodernización: El cambio cultural, económico y político en 43 sociedades. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas.

LANZ, R. (2016). Cuando todo se derrumba. Crítica de la Razón Ilustrada. Caracas: Bid & Co. Editor. 

LIGHT, D., KELLER, S., y CALHOUN, C. (1991). Sociología. Quinta edición. Bogotá: McGraw-Hill Interamericana.

LYOTARD, J-F. (1994). La postmodernidad (explicada a los niños). Barcelona, España: Gedisa Editorial.

MACIONIS, J. y PLUMMER, K. (2007). Sociología. Tercera edición. Madrid: Pearson Educación.

MARCUSE, H. (1980). Razón y revolución. Hegel y el surgimiento de la teoría social. Quinta edición. Madrid: Alianza Editorial.

MARTÍNEZ MIGUÉLEZ. M. (1996). Comportamiento humano: nuevos métodos de investigación. Segunda edición. México D.F: Editorial Trillas.

MERTON, R. (1980). Teoría y estructura sociales. Segunda edición. México D.F: Fondo de Cultura Económica.

MORIN, E. (2000). Los siete saberes necesarios a la educación del futuro. Caracas: Centro de Investigaciones Postdoctorales de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela; Instituto de Educación Superior para América Latina y el Caribe, Unesco.

MORRISON, K. (2010). Marx, Durkheim, Weber: Las bases del pensamiento social moderno. Madrid: Editorial Popular.

PARSONS, T. (1966). El Sistema Social. Madrid: Revista de Occidente.

REX, J. (1968). Problemas fundamentales de la teoría sociológica. Buenos Aires: Amorrortu editores.

RITZER, G. (2012). Teoría sociológica clásica. Sexta edición. México DF: Mc Graw-Hill/Interamericana Editores.

ROCHER, G. (1973). Introducción a la sociología general. Barcelona, España: Editorial Herder.

SOLÉ, C. (1988). Ensayos de teoría sociológica: Modernización y Postmodernidad. Madrid: Paraninfo.

SOROKIN, P. (1960). Sociedad, cultura y personalidad: Su estructura y su dinámica. Sistema de sociología general. Madrid: Aguilar.

TIMASHEFF, N. (1963). La teoría sociológica: Su naturaleza y desarrollo. México D.F: Fondo de Cultura Económica.

WRIGHT MILLS, C. (1997). La imaginación sociológica. México D.F: Fondo de Cultura Económica. 

 

P.D: Estas apuntaciones sociológicas corresponden a una parte de un ensayo que será extendido con el propósito de ser publicado en alguna revista académica arbitrada e indexada.

 

0 comentarios:

Publicar un comentario

¡A leer y a aportar en el proceso de enseñanza-aprendizaje!

¡A leer y a aportar en el proceso de enseñanza-aprendizaje!
Hay que dialogar... Hay que sociologar políticamente. Coadyuvemos con la configuración de una cotidianidad sobre la base de una Pedagogía del reconocimiento y el acompañamiento del Otro.

Datos personales

Mi foto
Politólogo oriundo de Valera, estado Trujillo (Venezuela). 28 años. Estudiante de la Maestría en Desarrollo Regional (ULA), la Maestría en Ciencias Políticas (ULA) y el Doctorado en Educación (ULA). He sido profesor de: Metodología I (Derecho); Metodología II (Derecho); Investigación Educativa (Educación); Lectoescritura y Metodología del Estudio (Derecho); y Psicología General (Programa de Profesionalización Docente) en la ULA-NURR. Actualmente ejerzo como docente en el área de Sociología, adscrita al Departamento de Ciencias Sociales en el mencionado Núcleo de la Universidad de Los Andes. En este espacio espero compartir contenidos de relevancia, pertinencia e interés para los usuarios de las diversas plataformas inherentes a la web 2.0. Auguro nuestra interacción resulte gratificante, fructífera y provechosa. En definitiva, si deseas conocerme, entonces conóceme por lo que escribo. Mucho gusto... ¡Bienvenidos!

Blog del comunicador social Andrés A. Segovia Moreno

Blog del comunicador social Andrés A. Segovia Moreno
Espacio dedicado al análisis periodísitico de aspectos políticos, socioculturales y económicos de relevancia nacional e internacional, con un notable sentido crítico.

¡Peruzolanísimo!

¡Peruzolanísimo!
Sigue esta cuenta manejada por el colega Juan Carlos, quien se reside en la ciudad de Lima.

Blog del Dr. Luis Javier Hernández Carmona (Lisyl, NURR-ULA)

Blog del Dr. Luis Javier Hernández Carmona (Lisyl, NURR-ULA)
Apuntaciones semioliterarias para adentrarnos a la perspectiva ontosemiótica, en tanto semiótica de la afectividad-subjetividad; propuesta teórico-metodológica del profesor Hernández Carmona para el abordaje de lo social y lo humano, es decir la semiosis.

¿La Política del Logos o el Logos de la Política?

¿La Política del Logos o el Logos de la Política?
¡También estoy en Facebook! Visita la cuenta de Reflexiones Politológicas... ¡Interactuemos! Dialoguemos con amenidad.

¡Ayúdame a difundir mis ideas! Comparte mi contenido en la "comunidad virtual". ¡Gracias!

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites

Sígueme en Twitter...

Visita también mi Google Site

Visita también mi Google Site
En algún lugar de Valera con un loro sumamente simpático.

LABORATORIO DE INVESTIGACIONES SEMIÓTICAS Y LITERARIAS (LISYL)

LABORATORIO DE INVESTIGACIONES SEMIÓTICAS Y LITERARIAS (LISYL)
Sigue las producciones intelectuales del LISYL. La Semiótica constituye un enfoque teórico-metodológico pertinente y valiosísimo para el estudio transdisciplinar del Sujeto, la Sociopolítica y la Cultura.

REVISTA ONTOSEMIÓTICA

REVISTA ONTOSEMIÓTICA
Publicación académica del Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Literarias de la Universidad de Los Andes, Núcleo Universitario "Rafael Rangel".

Seguidores

Derechos de autoría intelectual reservados a Rohmer Samuel Rivera Moreno.