Pudiera
afirmarse que el sistema político estadounidense es uno de los que posee mayor
solidez democrática en cuanto al funcionamiento de los equilibrios
institucionales tendientes a la operacionalización de los “checks and balances” (pesos y contrapesos) y, por consiguiente, de
un marcado control del poder político mediante mecanismos del poder eo ipso; no obstante, es menester
destacar que la democracia en tanto régimen político es un producto inacabado
que debe adaptarse a las peculiaridades del espacio social en cuestión.
Ello, a su vez, nos lleva a recalcar
la idea según la cual la democracia no implica un estadio sociopolítico final
que alcanzado se muestra inmutable e idílico. La política democrática es
inescindible de los conflictos sociales que puedan emerger de los intereses
atinentes a los distintos sujetos y grupos sociales que constituyen. Por
ello, la negación de lo conflictual
puede considerarse como una negación de la democracia en sí, de acuerdo con lo
propuesto por Chantal Mouffe.
De igual manera, es conveniente
señalar que uno de los requisitos funcionales de toda democracia estriba en que
un régimen político de tal índole debe gozar de niveles significativos de
eficacia y de legitimidad, dos variables que se hallan intrínsecamente vinculadas
entre sí, según lo elucidado por Seymour
Martin Lipset. Esta lógica argumental llevó a Juan José Linz a exponer que hay
mayores probabilidades de que se produzca un quiebre de las democracias cuando
en el marco de las interacciones Estado-sociedad se pongan patentes déficits no
solo de eficacia y legitimidad, sino también de efectividad.
Para ser explícitos en ese sentido,
debemos puntualizar que la eficacia se refiere a las respuestas del sistema
político a las demandas sociales planteadas en el ambiente, y que son
cambiantes en función del proceso de retroalimentación (“feedback”); la
legitimidad consiste en el respaldo y la aceptación sociales hacia el sistema y
el régimen políticos y de los exumos que emanan de él; y la efectividad, por su
parte, alude a la capacidad del sistema político de materializar el cúmulo de
marcos de acción gubernativa pautado acorde con los resultados esperados.
Aunado a esa dimensión de respuesta
que es vertebral para la democracia, también se concibe como sumamente
relevante tanto a la dimensión axiológica (los valores en los que se funda la
democracia: libertad, igualdad, justicia…) como a la dimensión procedimental,
sustentada en la transparencia y en la salvaguarda de los derechos humanos,
siendo esta última para Norberto Bobbio el elemento definitorio de las
democracias actuales.
Así pues, cuando las instituciones
políticas representativas no se adecúan ni responden oportunamente a las
demandas planteadas, por gran parte de los grupos y sectores sociales, se
desencadena como resultado un vaciamiento o un desmedro de tales instancias
estructurales, aguzándose así determinados rasgos y aspectos de crisis en
diversos ámbitos de la estructura social, propiciando con ello a determinados
sujetos a respaldar todas aquellas opciones políticas que manejen un discurso
anti-sistémico y anti-institucional en procura de instaurar un “nuevo y mejor orden”. ¡Ese es el
pretexto que se expone ante esos contextos!
La discursividad política del 45°
Presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, se cimenta en un
mensaje de carácter anti-elitista –aún cuando forma parte de la élite económica
estadounidense- que vitupera las condiciones realmente existentes en relación
con el orden establecido (“statu quo”),
que recurre a la exacerbación de un nacionalismo desmedido que resalta con una
actitud harto xenófoba que la grandeza consustancial de América ha sido opacada
por la presencia de los otros: el
extranjero intruso que se apropia de las fuentes de empleo y de las riquezas
que corresponden por naturaleza a los estadounidenses. De ahí se deriva su intención
obsesiva y absurda de construir un muro en la frontera con México.
En tales enunciados se pueden
distinguir elementos que sociológicamente definen y caracterizan al discurso
político conservador según el cual todo
pasado fue mejor, en el que el constructo de comunidad (la tipología “gemeinschaft”,
según Ferdinand Tönnies) es neurálgico; ello porque éste, desde una perspectiva
histórica y simbólica, remite a su arquetipo por antonomasia: la familia, y,
además de ello, a cuestiones de alto grado de intimidad personal, profundidad
emocional, compromiso moral, etcétera (esto de acuerdo con lo expuesto por
Robert Nisbet en La formación del
pensamiento sociológico). Véase para tal el slogan de la campaña electoral de Mr. Trump: “Make America Great Again” (“Hagamos
América grande otra vez”).
Ese es un mensaje peligroso que
ignora la raigambre esencial de la sociedad estadounidense, debido a que esta
se ha desarrollado sobre la base del multiculturalismo. Es la convergencia de
una pluralidad político-cultural de cosmovisiones lo que ha generado consigo lo
que hoy es los Estados Unidos de América. Estados Unidos ha sido lo que ha
sido, es lo que es y será lo que será gracias a los aportes sustantivos de sus
migrantes. ¿Quiénes son los que actualmente están produciendo en sus
principales centros académicos y de investigación científico-tecnológica? Sería
muy zafio y estúpido ignorar las potencialidades de ese capital humano.
Tal cual líder neopopulista, Mr.
Trump se vale de una hábil conducción de los medios de comunicación,
enfatizando la idea según la cual la política en los tiempos actuales se
desarrolla en base al espectáculo, erigiéndose
en tales instancias como una especie de redentor social que sacará del abismo a
gran parte de los marginados y los socialmente excluidos por una clase política
que éste califica como inoperante.
De modo lacónico, en el contexto
socio-histórico actual en el que prevalecen las sociedades teledirigidas en Occidente es meritoria una forma de
hacer política que se adapte a las características del homo-videns del cual hace referencia Giovanni Sartori, en el que
resulta imperativo saber desenvolverse mass-mediáticamente; por ello, ya los
programas políticos sistemática y metódicamente expuestos, lamentablemente,
carecen de relevancia para los públicos. En el caso estadounidense, el profesor
Sartori afirma irónicamente que se ha impuesto el homo cretinus por encima del homo
videns –refiriéndose a Mr. Trump-.
Ergo,
este tipo de liderazgos se aprovecha de ciertos indicios o rasgos de
agotamiento de las instituciones estatales representativas y del sistema de
partidos, como correlato de la fatiga cívica manifiesta, para la consecución de
fines eminentemente políticos mediante figuras retóricas antipolíticas. Mr.
Trump siendo un político se define como un no político; esa es una de las
peculiaridades que se ha abordado politológicamente respecto a los liderazgos outsiders, que irrumpen en
circunstancialidades excepcionales de desdibujamiento de algunos elementos del
entramado institucional constitutivo del tejido social. De acuerdo con Max
Weber, este tipo de liderazgos carismáticos son más propensos a consolidarse en
circunstancias sociales de crisis.
Desde luego, este personaje irrumpe
en el escenario político aglutinando todo el descontento emanado de las
desigualdades intrínsecas del sistema-mundo
(en términos de Wallerstein). Algo correlativo al sistema capitalista es lo que
Ernest Mandel y Leon Trotsky denominaron “Ley
del desarrollo desigual y combinado”.
En suma, todas las frustraciones,
animadversiones y sentimientos de iracundia, palmarias en el electorado de
determinados sectores rurales, excluidos y con carestías de códigos de modernidad –en la jerga de
Fernando Calderón Gutiérrez- han sido el
quid del desarrollo comunicacional político de una campaña electoral en la que
Mr. Trump pudo superar los cuestionamientos no solo provenientes de los medios
de comunicación y del Partido Demócrata, sino también de los sectores más
conservadores de su partido: el Partido Republicano.
¡Fue relativamente fácil para él
derrotar a los líderes más promisorios de su partido! Su discurso altamente
demagógico y fantasioso –con altas cargas viscerales y temperamentales- tuvo
una acogida política extraordinaria. Asimismo, logró derrotar a una candidata
de suma experiencia en materia político-gubernamental como lo es Hillary
Clinton, pese a las tendencias nada favorables de algunos estudios de opinión
pública que consideraban poco probable su ascenso a la Casa Blanca y, de igual
manera, en los diversos escándalos en los que este personaje estuvo inmiscuido.
De hecho, su llegada a la
Presidencia es un asunto que si se hubiese planteado prospectivamente hace unos
años hubiere sonado a mal chiste, pero hinc
et nunc ha logrado concretarse algo que muchos analistas políticos
subestimamos. Algo diáfano en toda esta reflexión radica en que es
imprescindible para toda campaña electoral que haya un dominio psicológico y
sociológico en torno al perfil del electorado en términos etarios, de género,
de estratificación social, de escolaridad, etcétera, a partir de los cuales
puedan comprenderse sus respectivas singularidades políticas y socioculturales,
para así lograr persuadir a la mayor cantidad de electores posible. Sin duda,
eso lo trabajó muy bien su equipo de asesores, a pesar de los deslices del
mismo Mr. Trump.
Por otra parte, en cuanto a la
personalidad política de Mr. Trump se ponen de relieve ciertas inclinaciones
autoritarias que resultan alarmantes para el mundo actual, considerando el peso
preponderante de Estados Unidos en la sociedad internacional contemporánea;
empero, en Estados Unidos los padres
fundadores se esmeraron por construir un sistema político que mitigase
cualquier posibilidad de consolidación de una “tiranía de la mayoría”, en términos de Tocqueville, y de un
presidente personal que pudiera imponerse ante los demás órganos del poder
público.
He allí la relevancia de los votos
de los colegios electorales por encima del voto popular. Los padres fundadores
sentían suspicacias tremendas por las expectativas e intereses de las masas o
las muchedumbres, configurándose así una concepción elitista de la democracia.
Esas son las reglas de juego que pauta el régimen político estadounidense; por
tal motivo, Mr. Trump, aún perdiendo contra Hillary Clinton en términos del
sufragio universal, asume como Presidente de los Estados Unidos de América
(Trump, 62.979.879 votos que corresponde al 46% de los sufragios; Clinton,
65.844.954 votos, correspondiente al 48% de los sufragios).
Finalmente, veremos en qué medida el
sistema político estadounidense logra resguardarse de las actitudes y conductas
autoritarias de Mr. Trump, puesto que huelga notar que hay mecanismos y
prácticas democráticas que atentan contra la democracia misma (la democracia contra sí misma diría
Marcel Gauchet).
Esa es una de las debilidades que
politológicamente se han destacado de los sistemas de gobierno
presidencialistas; no obstante, en Estados Unidos ha habido una tendencia
general que nos muestra que las instituciones sí funcionan. Aunque como
analistas de los fenómenos y procesos políticos deberíamos sospechar y desvelar
todo: ¿Y si esas instituciones que han sido funcionales dejan de funcionar? Les
reitero que en el mundo global actual rigen las incertidumbres. El filósofo
Baruch Spinoza afirmaba lo siguiente: “tal
vez eso sea correcto en la teoría pero no sirve para la práctica”.
Saque usted sus conclusiones, mi
estimado lector. El argumento se funda
en la dialogicidad…
Artículo disponible, de manera sintetizada, en la webpage de Arenga Digital: http://arengadigital.com/trump-mundo-incierto-efervecencia-politica-eeuu/
La
edición de dicho artículo, en cuanto al anexo de diversos subtítulos e imágenes,
fue efectuada por el periodista Lic. Andrés Segovia Moreno (responsable de Arenga Digital en Venezuela).
(*) Rohmer Samuel Rivera
Moreno es politólogo “Magna Cum Laude”
egresado de la Universidad de Los Andes (Mérida-Venezuela). Actualmente es
coordinador de la línea sobre Discurso Político en el Laboratorio de
Investigaciones Semióticas y Literarias (LISYL) de la Universidad de Los Andes,
Núcleo Universitario Rafael Rangel (Trujillo-Venezuela).
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